Estoy casi convencida de que Vigo es la primera ciudad que puede presumir de que su alcalde, personalmente, controlará a los funcionarios que se dejen la luz del despacho encendida para ahorrar en la factura eléctrica del edificio del Concello. Una vez más, somos pioneros. Igual que con el botellón. Mientras los regidores del resto de las grandes urbes gallegas pierden el tiempo reunidos para buscar una solución, el nuestro está de vuelta y media: aquí ya tenemos un revelador documento en el que el Valedor constata que sí, que los jóvenes beben en la calle y mucho, y que se meten de todo, mucho también. En Vigo hace meses que estrenamos botellódromo en la praza da Estrela y discotecas light a las que uno puede entrar ya pasado de copas a las cinco de la tarde. Está claro, vamos muy por delante, pero que nadie se confunda: la frase «el último, que apague la luz» se dice desde mucho antes de que existiera Fenosa y los chavales que ahora beben en los parques son los nietos de los que lo hacían en las verbenas, los mismos que ahora no pueden dormir. Vigo no es tan different como quieren hacernos creer.
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