Los aventureros de los tristes trópicos

Conocida por la opinión pública mundial a través de las imágenes de las pateras y los herrumbrosos barcos negreros abandonados en las costas canarias, la inmigración del África negra nunca ha sido importante en España.
Basta comparar sus cifras con las de otros orígenes, y en particular con las del norte de África: en 1991 sólo un 15,6% de los inmigrantes oriundos de África eran subsaharianos; en 2000, un 18,2%; en 2005, un 19,8%. Actualmente residirían en nuestro país unas 150.000 personas llegadas del África negra (78.000 residentes legales y el resto, en situación irregular). Los marroquíes son medio millón. La mayoría provienen del África occidental (Senegal, Gambia, Nigeria, Guinea Conakry, Malí, Ghana, Cabo Verde), sin olvidar a unos 7.000 ecuatoguineanos, cuya presencia obedece a otras razones.

Economías rotas. Las migraciones subsaharianas son intensas, pero más dentro del propio subcontinente negro (entre países y desde el campo a la ciudad) que hacia Europa. La noción de frontera en África negra es muy relativa, ya que fueron las potencias coloniales las que trocearon el continente sin tener en cuenta a sus poblaciones autóctonas, y creando Estados artificiales al llegar la descolonización en los años sesenta. Muchas de las migraciones africanas siguen teniendo como causa las guerras civiles étnicas, exacerbadas durante los procesos de democratización de los años noventa (la mayoría de los partidos son de base étnica). Pero la mayor parte de las migraciones africanas tienen como origen la dislocación de las economías y sociedades tradicionales y la búsqueda de un sustento económico en las ciudades costeras o en las plantaciones de productos de exportación (cacao, algodón). Frente a esos masivos desplazamientos, muchos Estados africanos adoptaron medidas de rechazo a los extranjeros (Ghana, Nigeria, Sudáfrica, Gabón, Costa de Marfil), llegando a veces a expulsiones masivas y violentas.

Vía de escape. Para una parte pequeña de estos exilados en su propio continente (refugiados en los campos de la Cruz Roja o la ONU, expulsados de otros países, perseguidos en el suyo o simplemente jóvenes sin rumbo en las urbes), y sin olvidar a los miembros de etnias especializadas en el comercio (hausas, diulas, wolofs), el escape a Europa es una salida que saben difícil, pero que vale la pena intentar. Descartada la vía aérea (inabordable sin visado), quedan las marítimas y terrestres, o la combinación de ambas. La terrestre los conduce a través del Sahara al Magreb. Los que optan por entrar en Europa a través de España tienen que llegar a Marruecos. Hay dos vías: alcanzar la costa frente a Canarias (vía Mauritania o Malí) o llegar al Estrecho partiendo de la ciudad santa de Agadés, en Níger, y atravesando las pistas saharianas de Argelia hasta llegar a la frontera con Marruecos cercana a Melilla.

15 meses. En Agadés, antigua ciudad caravanera al borde del desierto, ligada entonces al tráfico de oro, marfil y esclavos, la actividad ha vuelto con este nuevo tráfico de irregulares. Las ‘agencias de viajes’ transaharianas, regentadas por comerciantes hausas, hacen negocio transportando en destartalados camiones (conducidos por tuaregs) a cientos de emigrantes. Muchos morirán en el desierto por accidentes o asaltos de bandidos o serán robados por policías y militares corruptos. Los que llegan a Marruecos, pasando clandestinamente desde Argelia hasta Uxda o Nador, irán a pie hasta los campamentos de fortuna ilegales instalados en los bosquecillos cercanos a Melilla (Gurugú) o Ceuta (Bel Younes). La duración media de este viaje desde el África negra viene siendo de 15 meses. En la antesala marroquí pueden, además, pasar meses o años intentando repetidamente cruzar las alambradas o negociando una plaza en una patera (600 a 1.000 euros). A lo largo de su periplo pasan periodos trabajando en lo que encuentran, y las pocas mujeres que lo afrontan se ven a menudo abocadas a la prostitución. Y en España les espera un centro de internamiento.

Próxima entrega: países del Este.

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