A las puertas de una fábrica había una inmensa montaña de trapos de todas las condiciones: viejos, sucios, arrugados, de seda, de algodón... Y cada uno tenía su lugar de procedencia. Eran franceses, españoles, sirios... de África y de América...
Pero entre un trapo danés y otro noruego se desató una fuerte polémica: «Yo soy noruego. Estoy deshilachado como las montañas de Noruega y me siento libre», espetó el trapo noruego con orgullo. «Nosotros tenemos literatura», dijo el trapo danés.
«Sé lo que es la literatura», respondió malhumorado el trapo noruego. «Nosotros tenemos la poesía en nuestras tierras y nos sobra la información de escritores y periódicos extranjeros».
«Un danés nunca hablaría de esa manera», dijo el danés en tono de burla. «Somos blandos y flexibles, no envidiamos a nadie, no nos damos importancia, siempre nos reímos de todo porque somos muy inteligentes».
Pero los dos acabaron convertidos en papel. Y el azar quiso que el trapo noruego se convirtiera en un papel donde un danés escribió una carta de amor a una danesa. Mientras que el trapo danés se transformó en un papel con un poema sobre la grandeza de Noruega.
De todos puede salir algo bueno si sabemos aguantar una transformación que nos permita alcanzar la verdad y la belleza.
Próximo viernes: 37/Los mensajeros de la muerte
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