Jill Freedman, la fotógrafa que ha mostrado durante 40 años la vida en los márgenes de Nueva York

  • Tuvo la revelación de que deseaba ser fotógrafa callejera cuando, a los siete años, encontró una colección de revistas 'Life' abandonada en el ático de la casa familiar.
  • Autodidacta, intuitiva y libre, nunca ha aceptado encargos de medios de comunicación: prefiere retratar la viveza de la existencia diaria desde su criterio.
  • Expone un resumen de 40 años de trabajo dedicados a mostrar en clásico estilo documental a manifestantes, perros, 'outsiders', policías, gente corriente...
Un vendedor de cuadros descansa sobre la acera. Foto de Jill Freedman tomada en Nueva York en 1979
Un vendedor de cuadros descansa sobre la acera. Foto de Jill Freedman tomada en Nueva York en 1979
© Jill Freedman - Courtesy Steven Kasher Gallery
Un vendedor de cuadros descansa sobre la acera. Foto de Jill Freedman tomada en Nueva York en 1979

El momento de revelación ocurrió para Jill Freedman (Pittsburgh-EE UU, 1939) cuando tenía siete años. El escenario es uno de los clásicos santuarios donde los niños exploran el mundo polvoriento, apolillado y abandonado del pasado: el ático de la casa familiar. Mientras rebuscaba en el contenido del desván encontró una vieja colección de revistas Life, una de las primeras publicaciones periódicas en conceder a la fotografía el mismo poder que a las palabras.

Durante un año entero, tras el colegio y antes de bajar a ejercer la infancia jugando, la niña subía al ático y hojeaba las revistas. Había muchas imágenes de desolación y dolor, algunas de la II Guerra Mundial, otras de hambrunas, otras de emotivas gestas personales... Electrizada por el poder de los documentos y las emociones que seguían brotando una vez y otra de las imágenes, la niña terminaba siempre llorando. "Cuando mis padres se dieron cuenta de que había encontrado las revistas y cómo me afectaron, las quemaron", recuerda Freedman. "Pero ya era demasiado tarde, esas fotos se habían grabado en mi mente".

Soñaba con fotos

Las fotos —especialmente algunas de los campos de concentración nazis— acompañaron a la chica desde entonces. Incluso soñaba con ellas a medida que el tiempo pasaba, se convertía en mujer, se licenciaba en Sociología, pasaba unos años de vagabundeo por Europa, se establecía en Nueva York y trabajaba como cantante —era bastante buena y se ganaba la vida con bolos frecuentes en locales nocturnos—. Pero intentaba encontrar algo más, un futuro que parecía esquivarla.

"Un día me desperté con el intenso deseo de una cámara. Aunque nunca había tomado una foto antes, pedí prestada una y, tan pronto como la sostuve en mis manos, me sentí bien. Leí las instrucciones, compré dos carretes y salí a la calle...  Estaba estupefacta, era como si llevara toda la vida haciendo fotos en mi interior. 'Ya está', dije. 'Soy una fotógrafa'. Me sentí feliz y aliviada".

Fotografía callejera pura

La historia, que parece de cuento de hadas, sigue activa. Freedman lleva cuatro décadas haciendo fotografía callejera en Nueva York. Una completa antología de su trabajo, de una alta pureza documental —nada de poses ni artificios y ni un sólo retoque: solamente la verdad que está sucediendo ante la cámara—, se expone en Jill Freedman: Long Stories Short (Jill Freedman: historias largas contadas en corto) en la galería Steven Kasher del 17 de septiembre al 24 de octubre.

Además de su intuición innata —nunca estudió fotografía y sólo se dedicó a aprender viendo la obra de otros a quienes admiraba, sobre todo Henri Cartier-Bresson, Elliott Erwitt y Bruce Davidson, tres profesionales del humanismo para quienes el sujeto y la emoción siempre fueron más importantes que la perfección técnica—, Freedman ha demostrado un coraje individualista que algunos podrían considerar suicida, al menos en lo laboral. Nunca aceptó encargos editoriales de medios de comunicación y prefirió trabajar en series de largo alcance que ha ido publicando en siete libros.

'Todas las andanzas dan resultado'

"Me gusta trabajar de dos maneras: ya sea en una idea específica o simplemente pasear, perderme y romper las ideas preconcebidas. Todas las andanzas terminan por dar resultado y en ocasiones es mejor dejar para luego la averiguación de lo que has estado haciendo". En la retrospectiva queda claro el sistema: enamorada de la ciudad de Nueva York, bulliciosa, contradictoria y, sobre todo, repleta de vida, Freedman muestra a manifestantes, bomberos en acción, perros, policías de barrio, outsiders, artistas de circo y, sobre todo, lo que ella llama "gente y otros animales".

Son fotos sin pose ni preparación previa que capturan, exploran o cuestionan asuntos sobre la sociedad contemporánea y las relaciones entre los individuos y sus ambientes. Calificada por el crítico de arte AD Coleman como "una de las grandes fotógrafas documentales no reconocidas de su generación",  Freedman se ha convertido en una de las cronistas más trabajadoras e íntegras de la gran y frenética metrópoli de Nueva York.

'Una fotografía es un milagro'

Mientras desde la galería dicen que estamos ante un "emblema fotográfico" de Nueva York, ciudad a la que he siempre ha regresado, pese a que ha trabajado también en otros lugares, para retratarla "desde todos los márgenes" del día y la noche y con "el mismo amor por todos sus habitantes", ella se limita a repetir la lección que aprendió en un ático cuando tenía siete años: "La fotografía es mágica. Puede detener el tiempo y atraparlo en astillas de momentos para disfrutar y compartir una y otra vez (...) Una fotografía es un milagro".

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