En un mundo obsesionado por la vanidad implícita en los selfies, los autorretratos fotográficos que tienen un ritmo de mareo —un millón al día en todo el mundo, la tercera parte de ellos retocados por sus autores para mejorar artificialmente la propia imagen— y se han extendido como una plaga por el mundo —con las Filipinas en un sorpresivo primer lugar entre las zonas más afectas a la autoexposición—, seguir pintando, dibujando o imprimiendo retratos tiene el carácter inesperado de una posición de rebeldía y lleva añadida una declaración casi política: yo no participo de vuestra tontería, parecen decir los creadores.

La exposición Facing History: Contemporary Portraiture (Encarando la historia: retrato contemporáneo) echa un vistazo a la salud del género en el arte de hoy y verifica que los artistas siguen empeñados en practicarlo, fascinados, hoy como ayer, por las posibilidades expresivas y el reto de capturar la maraña de emociones y datos personales y psicológicos que puede contener la expresión plástica de una persona, su imitación.

En el Museo Victoria y Alberto de Londres (V&A) hasta el 24 de abril de 2016, la muestra colectiva reúne 80 obras de una veintena de artistas, entre ellos figuras de primera fila del panorama de las últimas décadas como Julian Opie, Grayson Perry, Thomas Ruff, Maud Sulter y Gavin Turk. La selección incluye óleos, dibujos, xilografías y fotografías.

Montada con obras de los fondos propios de la gran pinacoteca londinense, Facing History pone de relieve que las cosas no han cambiado demasiado y los artistas contemporáneos se siguen inspirando en las formas tradicionales como los retratos en miniatura, las medallas y las máscaras mortuorias.

Perry, por ejemplo, emplea el estilo crudo de los primeros fotógrafos del siglo XIX para apropiarse y elaborar grabados a partir de un par de imágenes irónicamente tituladas Señor Perry y Señora Perry, como si se tratara de antepasados del artista, un iconoclasta que suele mofarse del mal gusto de la clase media actual y del panorama creativo ("el arte contemporáneo se ha convertido en una bolsa de basura: metes dentro lo que te apetezca y el público dirá que se trata de arte"), pero que de vez en cuando se pone serio y tradicionalista.

Entre los autorretratos destaca Portrait of Something that I’ll Never Really See (Retrato de algo que nunca veré), donde Turk se fotografía en un aséptico plano frontal con los ojos cerrados —de ahí el título: el autor nunca logrará captar esa visión de no ser por la mediación de la foto—.

Brian D. Cohen, en Man with Eyes Closed-Walter White (Hombre con  los ojos cerrados-Walter White) combina en una doble exposición al personaje protagonista de la serie de televisión Breaking Bad y al actor que lo interpreta, Bryan Cranston, en una imagen que remite a las reproducciones de rostros de cadáveres a partir de vaciados en yeso en tres dimensiones y al estilo de la pintura flamenca de los siglos XVII y XVIII.

La argentina Cecilia Mandrile utiliza la imitación de las imágenes de pasaportes y documentos de identidad en la serie Desplazados, donde examina la migrancia y sus avatares en el mundo de hoy, y  Ellen Heck muestra el proyecto Forty Fridas (Cuarenta Fridas), en el que muestra a cuatro decenas de mujeres, entre las cuales también está la artista, ataviadas y con aspecto similar al de la pintora mexicano Frida Kahlo, en una serie de grabados en los que pueden encontrase ecos de Rembrandt y Vermeer.