Entre los aspavientos de Marín, que para ser el presidente del Congreso y estar obligado a asumir un papel institucional lleva fatal la cohabitación con el PP, Fernández Díaz subrayó que si, finalmente, hablaba Zapatero habría que habilitar otros turnos, especialmente el de su líder Mariano Rajoy, que también se merecía su parte alícuota de protagonismo.
Siguieron varias intervenciones de lo más variopinto. Joan Tardá, en nombre de Esquerra, dijo que 30 años después había llegado el momento en que se reconocieran los déficit de la Transición, en alusión a que su propio partido no había podido presentarse con su nombre a aquellas elecciones porque incluía el término «republicana» en su denominación, y aquello en el año 77 era como mentar la bicha. Tardá no llegó a explicar qué reconocimientos consideraba imprescindibles, habida cuenta de que, por principio, Esquerra jamás acude a ningún acto en el que esté presente el Rey y, además, echa espumarajos con la decisión de bautizar una sala del Congreso con el nombre de Fraga.
Para rematar la faena, la diputada de IU Isaura Navarro dio réplica al PP afirmando que a su grupo le resultaba más pertinente la intervención del presidente del Gobierno, con independencia de su signo político, que la del propio Rey, porque, al fin y al cabo, se trataba de homenajear a los representantes del pueblo y el presidente, al que elige el Congreso, es uno de ellos. La diputada mostró además su rechazo a la proyección de un vídeo producido por la Cámara, titulado 15-J: 30 años después, en el que se ensalza por encima de todo la figura del monarca. Fuentes de IU indicaron a 20 minutos que ha trasladado esta opinión a la Casa Real «por los canales habituales» y que Zarzuela ha mostrado su comprensión.
El desenlace del embrollo tuvo lugar el martes en otra reunión de la Junta de Portavoces. Posiblemente tras evacuar consultas con Zapatero, que no está para líos, Marín explicó que la Presidencia del Congreso había tomado la decisión de dar satisfacción al PP y eliminar del programa el discurso del presidente del Gobierno. Los representantes del PP, entre ellos Zaplana, Fernández Díaz y Miguel Ángel Cortés, pidieron a Marín que explicara cómo quedaba definitivamente el acto, pero el presidente de la Cámara, un diplomático con muy poco tacto, quiso despacharles con displicencia, asegurando que recibirían por sms el programa definitivo. Lógicamente, los del PP montaron en cólera y tacharon de indignante que se tomara el pelo de esa manera a la Junta de Portavoces. «Son ganas de Marín de tocar las narices», aseguraba a este diario el representante de uno de los principales grupos de la Cámara. En resumen, si las pretensiones de unos y otros se hubieran materializado, los más de mil invitados hubieran llegado a partir de las seis de la tarde al Congreso. Algo más de una hora después lo hubieran hecho los Reyes y el Príncipe de Asturias. A las siete y media, los Reyes hubieran saludado en el Salón de los Pasos Perdidos a los ex presidentes del Gobierno, a los ex presidentes del Congreso y del Senado, a los ponentes de la Constitución y a los 17 supervivientes políticos de aquellas primeras elecciones libres.
Luego se habría tomado la tradicional foto de familia antes de dar comienzo al acto propiamente dicho, que hubiera consistido esencialmente en escuchar el himno nacional, apoyado si cabe en el chunda-chunda habitual, en escuchar a Marín unos minutos y de vuelta a sus respectivas casas –donde ya estarán los diputados de Esquerra y del PNV– o a los canapés, que están muy ricos. El espíritu de la Transición ni está ni se le espera.
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