La 'revolución' de los pintores académicos franceses contra la deshumanización del siglo XIX

  • 'El canto del cisne. Pinturas académicas del Salón de París' reúne 80 espléndidas y refinadas obras de los franceses contrarios al realismo y el impresionismo.
  • La exposición, en la Fundación Mapfre de Madrid, tiene cuadros de Ingres, Gérôme, Cabanel, Bouguereau, Alma-Tadema, Gustave Moreau, Courbet...
  • Orientalistas, renovadores de la mitología, la religión y el desnudo, fueron tachados de conservadores pero respondían al temor al progreso.
El 'Nacimiento de Venus' pintado por Cabanel, uno de los 'académicos', en 1863
El 'Nacimiento de Venus' pintado por Cabanel, uno de los 'académicos', en 1863
París, Musée d’Orsay © RMN-Grand Palais (musée d'Orsay) / Hervé Lewandowski
El 'Nacimiento de Venus' pintado por Cabanel, uno de los 'académicos', en 1863

No eran demasiado apreciados entre las élites artísticas modernas francesas del siglo XIX, fascinadas con las nuevas posibilidades expresivas del impresionismo y el realismo, rupturistas y, aunque en ocasiones algo efectistas, capaces de actuar como augures de las posibilidades del nuevo mundo que parecían traer de la mano el progreso y la industrialización. Les llamaban académicos con cierta sorna, empleando el término en el sentido negativo, y eran acusados de volver la vista atrás en un momento en que Europa entera parecía hipnotizada con las posibilidades del futuro cercano.

El canto del cisne. Pinturas académicas del Salón de París es una fascinante antología con 80 cuadros de aquella pandilla de artistas enamorados del orientalismo, la sensualidad, la mitología, la religión y lo exótico. La exhibe en Madrid, del 14 de febrero al 3 de mayo, la Fundación Mapfre en su sede del Paseo de Recoletos 23 de Madrid, gracias a un excepcional préstamo de espléndidas y refinadas obras del Museo d'Orsay de París.

Transición hacia la ruptura

El elenco de los artistas representados en la muestra es de indiscutible importancia —Ingres, Gérôme, Cabanel, Bouguereau, Alma-Tadema, Gustave Moreau, Courbet...— y procede de un momento clave en la historia del arte: la transición entre el clasicismo y las tendencias nacientes de ruptura y modernidad, apoyadas en la cercanía del cambio de milenio y sus promesas, a veces vanas pero en todo caso ilusionantes, de bienestar y un progreso que, basado en la creciente producción idustrial, parecían conducir hacia las mejoras sociales.

Los académicos —llamados así por la Académie des Beaux-Arts, creada en el siglo XVII y progresivamente convertida en una institución pública, más porosa hacia la sociedad y ajena al gremialismo— estaban relacionados con el Salón de París, la primera muestra anual de arte del mundo y la más influyente entre 1748 y 1890, donde se daba cobijo a los trabajos de los graduados. Aunque la institución comenzó siendo un nido de tradicionalistas añejos y con poca tendencia a la novedad se abrió gradualmente hacia la democratización el arte.

Los pintores del grupo, que nunca formaron un movimiento estructurado sino una tendencia, muy similar a la de los esteticistas ingleses, promovieron la devoción por la hermosura, el exotismo y los mitos clásicos como reacción al panorama "desconcertante y lleno de cambios que iba perdiendo las grandes convicciones inamovibles de la tradición", dicen los organizadores de la muestra, destacando la alta sensibilidad del grupo de pintores "al malestar que creaba el mundo moderno, el positivismo y la industrialización".

Relectura culta de lo clásico

Respondieron "con una huida al pasado, pero también a lo exótico y lejano" y "se enfrentaron al reto de crear un equilibrio entre la tradición y la necesidad de nuevos modelos, capaces de evolucionar en una sociedad en continuo cambio", optando por una relectura más culta del ideario clásico. El manantial, de Ingres, un desnudo de gran libertad alegórica, evolucionó hacia obras como La pelea de gallos, donde Gérome elimina todo discurso político o filosófico, sustituyéndolo por los placeres sencillos de una escena en apariencia cotidiana en la que dos jóvenes asisten a una pelea de gallos en algún lugar de Grecia.

El cuerpo fuera del tiempo y convertido en un bello espectáculo es visible en obras como El Nacimiento de Venus, de Cabanel, o el cuadro del mismo título de Bouguereau, desnudos que demuestran el interés de los académicos por el principio renacentista del cuerpo como principio y final del arte, aunque la escuela francesa del XIX aprovecha cada ocasión para introducir la narrativa en los cuadros, la posibilidad de que las obras contasen también historias.

La exquisita nueva burguesía

Todas las temáticas por las que apostaron los académicos están presentes en El canto del cisne: la revisión de la historia —La muerte de Francesca de Rímini y de Paolo Malatesta, de Cabanel, o Peste en Roma, que Delaunay convierte en una imagen ecléctica de reinterpretación del neoclasicismo— y la imagen exquisita de la nueva burguesía —Retrato de Marcel Proust, de Jacques-Émile Blanche—.

También destacan el regreso al imaginario medieval —La excomunión de Roberto II el Piadoso, de Jean-Paul Laurens—, la reinvención de la pintura religiosa —La virgen de la consolación, de Bouguereau—, el provocador orientalismo —Peregrinos yendo a La Meca, de Léon Belly—, el onirismo de los escenarios o la acción retratada —La esperanza, de Pierre Puvis de Chavannes— y la mitología repasada con tintes sombríos, violentos o sensuales que buscaban una "nueva mirada" —Virgilio y Dante y Las oréades, ambas obras del prolífico y brillante Bouguereau—.

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