El efecto óptico post-movimiento: así reacciona nuestro cerebro a las ilusiones ópticas

  • Las neuronas de la corteza visual responden de manera diferente a las partes en movimiento de una imagen.
  • Algunas son sensibles a un movimiento en determinada dirección y cuando están expuestas un determinado tiempo, se fatigan y dejan de funcionar.
  • Es cuando se ponen en marcha otras neuronas sensibles a otras direcciones y transmiten a nuestro cerebro que la imagen en movimiento ha cambiado.
Ilusión óptica en la que según el punto (rojo o amarillo) que mires, los círculos que giran a su alrededor van en una dirección o en otra (ver el gif animado en el texto de la noticia).
Ilusión óptica en la que según el punto (rojo o amarillo) que mires, los círculos que giran a su alrededor van en una dirección o en otra (ver el gif animado en el texto de la noticia).
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Ilusión óptica en la que según el punto (rojo o amarillo) que mires, los círculos que giran a su alrededor van en una dirección o en otra (ver el gif animado en el texto de la noticia).

Los efectos ópticos post-movimiento (MAE, por sus siglas en ingles), tienen sorprendentes resultados. Imágenes animadas que parecen moverse en una dirección y luego cambian de sentido, ondulaciones que sólo vemos en nuestra cabeza... se trata de resultados que los antiguos griegos ya conocían y registraron.

La explicación radica en los cambios en las neuronas  de la corteza visual, que responden de manera diferente a las partes en movimiento de una imagen. Hay algunas que están preparadas para percibir el movimiento en un sentido. Cuando las sometemos o exponemos a este movimiento constante durante un determinado tiempo (que puede oscilar entre milisegundos y minutos), estas neuronas se fatigan y dejan de funcionar correctamente.

Es entonces cuando empiezan a funcionar otras neuronas que 'leen' el movimiento en otra dirección, de manera que hacen creer a nuestra mente que el movimiento ha cambiado.

El filósofo griego Aristóteles fue el primero en mencionar este tipo de fenómenos en su obra Parva Naturalia, así como por el latino Lucrecio en De Rerum Natura. No fue hasta el siglo XIX, gracias a Jan Evangelista Purkyne y a Robert Addams, cuando el fenómeno se registró.

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