Mhrat Haile, de Etiopía: "Dedicaba cinco horas al día a buscar agua"

Mhrat Haile, una etiope que caminaba hasta cinco horas al día para encontrar agua potable.
Mhrat Haile, una etiope que caminaba hasta cinco horas al día para encontrar agua potable.
Pablo Tosco / Oxfam Intermon
Mhrat Haile, una etiope que caminaba hasta cinco horas al día para encontrar agua potable.

Para Mhrat Haile, una mujer etiope que vive en el distrito de Boloso Sore, la vida era especialmente dura cuando no podía acceder a agua limpia cerca del poblado (kebele) donde vive. "Dedicaba hasta cinco horas al día a buscar agua", según cuenta, además de tener que ocuparse de los niños, la comida, cultivar las parcelas familiares, lavar la ropa y recolectar leña.

Su suerte cambió gracias a la ONG internacional Oxfam Intermon y a la local Acts of Compassion, que colaboraron para construir en su pueblo un pozo de bombeo (ver foto). La instalaron a pocos metros de su choza, y los vecinos le dieron a ella la responsabilidad y custodia de la fuente. "Tener agua potable al lado de casa significa menos enfermedades, más higiene, mejores cosechas y sobre todo más tiempo, más educación y menos pobreza", reconoce.

Como responsable de la fuente y de la bomba, Mhrat no solo tiene que asegurarse de que cada familia coge la cantidad que le corresponde, sino que ha de vigilar que no entren animales en el recinto y que no se rompa nada. Además, gracias a que ahora dispone de más tiempo para ella, ha recibido formación específica en higiene: Ha construido una letrina en su casa con el fin de evitar que los residuos suyos y de su familia contaminen los acuíferos y, por lo tanto, el agua limpia que ahora consumen.

Akkoe, víctima de las sequías

Akkoe Moussa no sabe la edad exacta que tiene. Estima que entre 45 y 50. Esta habitante del pueblo de Madoul, en Chad (África central) recuerda cómo durante muchos años, al igual que el resto de mujeres, "iba a buscar agua a un pozo que tenía el agua llena de gusanos. La gente tenía enfermedades, diarreas, picores en la piel, llagas...", explica. Un camino de más de dos horas que la conducía a ella y su familia a una pésimas calidad de vida.

Su región, situada en pleno Sahel (el límite sur del desierto del Sáhara), se ha visto golpeada históricamente por las sequías, que no solo han limitado la capacidad agrícola y ganadera de la zona, sino que ha supuesto una auténtica dificultad a la hora de encontrar agua para consumo humano. Ahora gozan de una fuente con bomba gracias a la solidaridad internacional, y se han logrado reducir las enfermedades cutáneas en más de un 50%, según informa Oxfam Intermon. Akkoe, que ya es abuela, se afana en educar a sus nietos para que mantengan unas normas higiénicas que les mantengan alejados de las enfermedades: lavarse las manos antes de comer, lavar los recipientes, la cara...

Helena, huyendo del ébola

Helena Nagbé, de 42 años, vive en un barrio humilde de Monrovia, capital de Liberia. Su vida sufrió un vuelco por la propagación del virus del ébola, que se llevó la vida de sus dos padres y la de tres de sus hermanos. En su casa, donde vivían 18 personas, ahora son 13. Ella misma estuvo ingresada en un centro por miedo a que estuviera infectada y sufrió en sus propias carnes el desprecio y el estigma de sus vecinos, que no querían si acercásele.

Ahora Helena, que casi pierde un ojo por culpa del desinfectante con el que rociaron la habitación en la que estuvo ingresada, actúa como una activista centrada en concienciar a su familia y conciudadanos sobre la importancia de respetar las normas higiénicas para prevenir el ébola. "Mis hijos se lavan las manos todo el tiempo, no quiero que nadie más de mi familia muera de esa manera. El ébola ya no nos va a coger desprevenidos", asegura.

Shirley, sin hogar y sin agua

El 8 de noviembre de 2013, hace ya más de un año, el tifón Haiyan arrasó Filipinas, matando a más de 5.200 personas y dejando a otros 16 millones sin hogar. Una de las comunidades más afectadas por esta catástrofe fue la tribu indígena de los Lumads, ya que residían en una zona especialmente atacada por el ciclón. Todo (casas, cosechas...) fue destruido, e incluso un nutriente tan esencial como el agua se convirtió en un objeto inalcanzable, ya que los deslizamientos de tierra bloquearon las rutas habituales a la ciudad y contaminaron los pozos y depósitos de agua.

Shirley Calinawan, una mujer de 32 años y madre de cinco niños, tenía hasta entonces una vida sencilla, centrada en cuidar a su familia y vender los productos agrícolas que ella y su marido cultivaban. Todo cambió tras el Haiyan. "No había agua, no comida. Teníamos miedo de beber de la única fuente que había porque el agua estaba turbia. Teníamos que hacer algo", recuerda. Con la ayuda de Oxfam lograron montar una nueva canalización de agua procedente de las montañas y desarrollaron un programa integrado de higiene, con kits de lavado de manos, etc. Ahora ella misma es miembro del comité de higiene y asesora a otros poblados más remotos.

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