Por una vez judíos e islámicos han encontrado un lugar de encuentro —las salas de un museo— y un tema en el que están de acuerdo —el corte de una parte del prepucio del pene, la circuncisión—. El nada usual entendimiento está relacionado con la exposición Haut ab! Haltungen zur rituellen Beschneidung (¡Córtalo! Posiciones sobre la circuncisión ritual), que organiza el Museo Judío de Berlín para intentar calmar los ánimos sobre una discutida práctica religiosa a la que es sometida, según la Organización Mundial de la Salud, el 37 por ciento de la población masculina mundial [mapa por zonas geográficas, PDF en inglés del informe].

Los promotores de la muestra, que se prolonga hasta el uno de marzo de 2015, dicen que desean paliar el "poco conocimiento" sobre "el significado religioso, cultural e histórico" de la circuncisión ritual, aquella relacionada con creencias de fe y no la practicada con fines médicos —para evitar la fimosis, por ejemplo—. Como casi todas las actividades que organizan los museos judíos repartidos por el mundo, también en esta muestra hay un fondo político: intentar que en Alemania se enfríe el debate sobre la circuncisión, encendido en 2012 cuando un tribunal de Colonia declaró ilegal la práctica por entender que se trataba de una "lesión corporal" a un menor de edad contraria al derecho primordial a la integridad física.

La decisión puso de uñas al Gobierno de Israel, cuyo entonces presidente Simon Peres remitó una carta a su homólogo alemán en la que relacionaba la prohibición con un ataque étnico-religioso. La circuncisión, decía la misiva, "ha estado en el núcleo de la identidad judía desde hace miles de años y define al pueblo judío desde los tiempos del primer mandamiento que Dios dio a Abraham". El Consejo de Europa dió otro varapalo a los judíos al equiprar en 2013 la circuncisón a la ablación. Desde la administración israelí se habló entonces de "antisemitismo".

Aunque Alemania dió marcha atrás y autorizó las circuncisiones rituales —en el país se tiene un cuidado exquisito, por obvias razones de culpabilidad histórica, con todo lo que huela a judaísmo—, el museo se atreve a hablar por boca de judíos y también de musulmanes al afirmar que ambos colectivos tienen la sensación de que "ellos y sus tradiciones religiosas no son bienvenidos en Alemania".

De los hombres circuncidados en el mundo el 70 por ciento son musulmanes y se entiende el interés de la pinacoteca en, por una vez, hablar de alguna de sus similitudes con la religión y los creyentes a los que se encargan de menospreciar, demonizar y menospreciar en casi todos los foros.

"Espero que la exposición genere una comprensión más profunda de lo que significa la circuncisión ritual de niños y haga que sea posible hablar sobre el tema sin prejuicios", dice Cilly Kugelmann, director de programas del museo, que expone más de sesenta objetos y obras de arte procedentes de colecciones internacionales.

La exposición se inicia con la instalación a gran escala En el filo de la navaja, una serie de seis esculturas de desnudos de diferentes épocas y regiones. Las figuras, algunas de ellas de tamaño natural, explican como la circuncisión era entendida como un rito de paso en el antiguo Oriente. El segundo bloque, El diálogo de la mesa redonda presenta el ritual desde los puntos de vista cristiano, islámico y judió y su expresión en el arte, con el cuadro de Rubens La circuncisón de Cristo.

El núcleo de la exposición es una habitación blanca y deslumbrante que pretende escenificar el texto bíblico que forma la base de la circuncisión ritual: el pacto de Abraham con Dios sellado por una señal física que aparece citado en el Génesis. Para los judíos, el brit milah (pacto de la circuncisión en hebreo) se ejecuta en el octavo día de vida a todo niño nacido de una mujer judía. En el Islam se procede en  el momento en que un niño llega a la pubertad y, aunque no aparece mencionada en el Corán, es una sunna (tradición) musulmana mayoritariamente seguida.