Tibor Budi: Siempre el número 11

  • Tibor Budi. 37 años. Emigró de Rumanía a Italia con su mujer hace dos años, pero los italianos no le gustaban porque los encontraba “demasiado fríos y mala gente con los inmigrantes”. Murió en el tren que explotó frente a la calle Téllez a las 7:39 del 11-M.
  • “Antes siempre tenía prisa en acabar el trabajo para encontrarme con él. Ahora ya no está”, Simona, su viuda.
Tibor y su mujer, Simona, se conocían desde que eran niños.
Tibor y su mujer, Simona, se conocían desde que eran niños.
20minutos
Tibor y su mujer, Simona, se conocían desde que eran niños.

Ya tenían comprado un piso nuevo en su ciudad, Brasov, en la zona central de Rumanía. Faltaban los muebles, pero estaban dispuestos a afrontar unos cuantos meses más de trabajo mal pagado y ahorros milagrosos en España para hacerse con lo necesario y retornar a la tierra natal. Del regreso brotaban las fuerzas para afrontar cada día. También aquel jueves.

Las mañanas eran idénticas una a la otra. Tibor Budi (37 años) se levantaba antes para preparar el café mientras su mujer, Simona (32), alargaba el sueño unos minutos. Porque ningún despertador mejora el olor profundo a café reciente para salir de cama, ella se levantó y lo saborearon juntos en la cocina. Tibor tenía prisa, no quería llegar tarde a la reforma en la que trabajaba en Leganés. Los inmigrantes sin papeles no tienen derecho al retraso y el camino era largo desde San Fernando de Henares. Se desearon uno al otro un buen día en el peor día para los buenos deseos.

–A mí también me mataron con él. Han matado a un ángel y me han matado a mí, dice Simona, que ya no es la misma desde.

La foto que acompaña este texto es evidencia del cambio. Simona ha enflaquecido y perdido la sonrisa (“estaba feliz, llena de vida”). Ahora camina arrastrando los pies y exhibe los ojos exageradamente abiertos de quienes no admiten lo que tienen enfrente. No quiere volver al piso de San Fernando, donde encuentra en todas las esquinas a su Tibi, el hombre a quien, en la intimidad, llamaba “puya”, pollito en rumano. Se ha trasladado a la casa, en Madrid, de su hermano Mihai Filip (36), que cuida de ella desde el primer momento.

Tibor y Simona empezaron jugando juntos. Eran vecinos del mismo bloque de viviendas cuando sólo tenían edad para ser compañeros de infancia. Poco a poco fueron algo más. A ella le gustaban la tez morena de Tibor y el buen ánimo que desprendía. Se casaron jóvenes, hace catorce años, y juntos, hace dos, decidieron buscar un porvenir en la Europa rica. Primero lo intentaron en Ostia, en Italia, donde viven los tres hermanos de Tibor, pero la policía de inmigración les pisaba los talones por carecer de permiso. Entonces vinieron a España, como tantos otros rumanos.

–La gente de aquí nos gustaba, tienen mucho corazón y mucho calor dentro, dice Simona.

Con los salarios de albañil y limpiadora compraron esos objetos de consumo con los que siempre soñaron: una cámara de vídeo, una cadena de alta fidelidad, un DVD... Tibor leía hasta la última letra de los manuales de instrucciones porque quería sacarles todo el partido posible. Si tenían dinero, salían de paseo los fines de semana. Si no había saldo, se quedaban en casa.

La felicidad de estar juntos es la más barata. Simona está convencida de que, para lo bueno y lo malo, su vida está marcada por el número once, que, hasta ahora, consideraba su número de la suerte. El 11 de abril de 1986, conoció a Tibor, cuyos padres vivían en el barrio 11 de Junio de Brasov. Ya casados, vivieron juntos once años en su primera casa rumana.. El 11 de marzo de 2004, Tibor murió. Once días después, fue enterrado en Rumanía.

El 11 de mayo, la Policía ha citado a Simona para entregarle los permisos de residencia y trabajo en España, los añorados papeles que fueron imposibles cuando había vida. Pero ahora ya no hacen falta, no los quiere. Simona sólo piensa en partir. Aquí sólo siente que los días son demasiado largos.

–No se acaban nunca. Con Tibi los días eran cortos y ahora no se acaban.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento