Nicoleta Diac: Una sonrisa tras los párpados

  • Nicoleta Diac. 26 años, nacida en Rumanía y residente en Coslada Quería montar una pizzería en España. Murió en el tren que explotó frente a la calle Téllez a las 7:39 del 11-M.
  • “Estoy seguro de que hay un cielo para esta gente y muy pronto nos vamos a ver todos de nuevo” , Ioan, su ex novio.
Nicoleta Diac.
Nicoleta Diac.
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Nicoleta Diac.

En el caso de Nicoleta Diac (26 años) todas las fotos son la misma foto. En cualquiera de ellas –en la nieve, en el parque, en la casa– está riendo, con una sonrisa abierta que no es, ni por asomo, una pose para la cámara: a nadie le brillan los ojos de esa forma si no es de pura felicidad.

Sus amigos están convencidos de que subió al tren con el mismo gesto, aunque, seguramente, con ojos de sábana, porque nunca se levantaba tan temprano y le gustaba remolonear en la cama de su cuarto, en el piso de Coslada que compartía con unas amigas. Hasta las diez no tenía que entrar a trabajar, pero ese día le tocó madrugar porque en la casa donde limpiaba un bebé venía en camino y estaban de ajetreo. A Nicoleta le hacía ilusión, se sentía un poco madre e incluso había comprado uno o dos libros de puericultura.

El niño nació el 11-M, cuando la chica de la sonrisa ya era una víctima mortal de los atentados. Nacida en Roman, al noreste de Rumanía, a Nicoleta no le quedó otra que ser fuerte. Hija de padres campesinos con siete hijos, fue repudiada por su familia cuando abandonó la tradición católica para hacerse adventista, lo cual quiere decir que fue bautizada por inmersión, creía en la venida real y física de Jesucristo a la Tierra y no bebía ni fumaba. Al ser expulsada de casa, Nicoleta vivió con otra familia que la acogió como a una hija, hasta que, hace cuatro años, emigró a España. En su cuarto de Coslada hay una Biblia pero también, como contrapeso a tanto dogma, un objeto de liberación: un balón de reglamento. La pasión terrenal de Nicoleta era el fútbol. Jugaba con los chicos en el parque de Coslada y lo hacía mejor que muchos de ellos.

–Su tarde ideal era pasear y echar un partido. Era feliz con un balón cerca, dice Ioan Cioala (22), su último novio.

Salieron juntos durante año y medio pero habían decidido dejarlo. Los detalles no importan. Seguían siendo buenos amigos. Ioan, que vive en Arganda y no tiene trabajo, pudo dormir hace unos días por primera vez. Cuando cerraba los ojos, tras los párpados se le aparecía Nicoleta, sonriendo, como siempre, pero ahora con una tristeza casi grotesca, como si la sonrisa fuese, por primera vez, obligada.

–Todavía no me lo creo. Además, para los adventistas, la muerte no es importante. Lo importante es la esperanza y mis creencias me ayudan en el dolor, añade Ioan para consolarse.

Ahora que muchos rumanos regresan a su patria natal, descorazonados de la quimera española, Nicoleta empezaba a sentirse cómoda. Sus patronos la trataban bien, tenía amigos, hablaba castellano con fluidez, se estaba sacando la licencia de conducir y sus planes eran ambiciosos: quería montar una pequeña pizzería.

El viernes 12 de marzo, al día siguiente de morir, se iba a Marbella, pero fueron los amigos a quienes iba a visitar quienes viajaron a Madrid, al tanatorio donde velaban sus restos. Su hermano Adrian (34), que vive en Alcobendas, la acompañó en uno de los dos aviones militares cargados de ataudes que volaron a Rumanía la semana pasada.

Los adventistas niegan la doctrina de la inmortalidad del alma y agregan que al morir, el espíritu queda en un estado de completa inconsciencia hasta el día de la resurrección.

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