La pasión de un escultor por convertir la piedra en obra de arte

Alberto García, en su taller de Montemayor de Pililla (Valladolid).
Alberto García, en su taller de Montemayor de Pililla (Valladolid).
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Alberto García, en su taller de Montemayor de Pililla (Valladolid).

Fuera de su taller, lo primero que el visitante se encuentra es una gran pieza de mármol titulada Escalera hacía el cielo, una obra llena de simbolismo y referencias mitológicas que nos muestra también dónde quiere llegar este artista, a lo más alto del arte. "Siento que estoy haciendo las cosas bien y sé que algún día llegará mi momento", asegura con firmeza.

Alberto García (Valladolid, 1981) se mueve entre la escultura, la pintura, el grabado y la fotografía y se define como artista plástico. "Cualquier soporte es bueno si sirve para expresarse, y la elección de uno u otro depende de las energías que tengas y de tu situación personal", afirma. Los días que se levanta con las pilas puestas son aquellos en los que se lanza a por una pieza de gran volumen: "Es mucho trabajo y, en malas posturas, son cansadas".

Esa carga de energía se entiende cuando uno contempla sus piezas de gran tamaño. Una de ellas se encuentra en la vallisoletana plaza de Los Vadillos y mide dos metros y medio. Su elaboración arrancó en la playa de las Moreras de la ciudad castellana ante un montón de gente. "Es muy bonito, porque ven cómo trabajas y entienden un poco más lo que haces", reconoce.

Herramientas y un estilo

Para enfrentarse a ellas necesita olvidarse del martillo y el cincel, que solo utiliza para lograr algunos acabados y la firma, y coger potentes radiales y sierras que hacen del trabajo del escultor algo espectacular e incluso peligroso. Usar esas herramientas complica también la creación, y lo obliga, como en la escultura en que está trabajando ahora, a cambiar el diseño porque el disco con el que debe cortar no le cabe. "Conseguir las piezas es también complicado. Para la última remesa de mármol tuve que marcharme con un tráiler a Almería. Ahí tienes que contar con el alto coste de la piedra y, además, del transporte".

Dejando a un lado el tamaño, sus obras comparten líneas limpias, sencillas y llenas de volumen y se enmarcan dentro del geometrismo abstracto, un estilo al que este joven escultor ha llegado tras años de trabajo y de aprendizaje. "Hay que dominar lo básico para llegar a la abstracción total. El dibujo es muy importante para el escultor y también la figuración, no vale con poner cuatro cubos", recalca.

Desde que comenzó su pasión por el trabajo con las manos, con apenas 16 años, García ha pasado por la escuela de canteros de Galicia, la del mármol de Almería y ha disfrutado de una beca en Florencia (Italia), donde tuvo la suerte de ver mucho arte y conocer a grandes escultores clásicos y contemporáneos que hasta le abrieron las puertas de sus talleres: "La formación es muy importante y te da la base fundamental, pero luego tienes que ir más allá y lo que más te aporta es estar al lado de los escultores. Las experiencias vitales que tienes con ellos son las que te llenan como persona y como artista".

En ese tiempo de formación aprendió también el oficio de cantero, el que le ha dado de comer durante varios años gracias a los escudos, las fuentes y otras piezas de piedra, un trabajo que también ahora está parado. "De tres años a esta parte todo ha cambiado mucho. No hay encargos y no sé cuánto tiempo podré mantenerme así", se lamenta.

Esta situación le ha obligado a agudizar el ingenio y, junto a sus esculturas más abstractas, se encuentran también otras que llaman al ocio más mundano, como el parchís o las damas talladas en un bloque de piedra convertido ahora en una mesa de juegos donde sentarse e ideada para un jardín público o privado: "Da igual lo que hagas, no se vende nada".

Con uno u otro objetivo, lo que tienen en común todas estas esculturas es la sencillez y el minimalismo, dos conceptos a los que se une también la idea de tallar la piedra de manera que, siendo un único bloque, parezcan varias piezas unidas gracias al juego de líneas y de diferentes acabados. "Me gusta esta idea y también la de dejar una parte en la obra de la piedra sin tallar y en su estado original. La piedra es bella por sí misma y puede contar muchas cosas".

La energía del aprendiz

Precisamente por esa belleza natural, García no se queda con un único tipo de piedra, porque cada una tiene su lenguaje y precisa de una técnica diferente para trabajarla. Así, en sus obras se encuentran tanto los tonos blancos del mármol como los grises del granito o los marrones de las piedras que abundan en la zona en la que trabaja, Montemayor de Pililla (Valladolid), una localidad pequeña desde la que se abre al mundo gracias a Internet.

"Estar alejado de las grandes ciudades tiene sus desventajas, porque es difícil que la gente venga hasta aquí, pero me permite tener un estudio grande y un espacio que en una ciudad sería imposible", reconoce Alberto, quien suple la lejanía del pueblo con la cercanía que le aportan las redes sociales. "Gracias a Facebook conozco a los escultores que ahora están en la élite mundial y ellos me conocen a mí. Todo está en Internet y es una ventana al mundo para ver y que me vean".

Por eso, en su perfil (La Maza Taller) se encuentran fotos de su trabajo y también del que realiza el estudiante en prácticas que le acompaña. "Todos los años recibo a alguien de la escuela de oficios de Valladolid", informa García, quien reconoce que esta experiencia le trae cosas buenas al aprendiz y también a él: "Me traen sus energías, sus ganas de vivir, de trabajar y la ilusión, que ahora es lo más importante, porque de lo contrario te come la desidia".

Mirando sus obras, el espectador descubre que la inspiración para este artista se sitúa en todo lo que tiene alrededor. El campo, la música, la lectura y, fundamentalmente, los escultores contemporáneos: "Tengo muchas referencias, pero sobre todo de los artistas que trabajan ahora. Lo clásico también me gusta y lo conozco, pero me aburre. Creo que ahí ya está todo dicho y que hay que buscar otros caminos y contar otras cosas", afirma.

En esas nuevas formas de contar se basa el alma de cada artista. ,"Cada uno tiene que buscar su estilo y eso es lo que trato de hacer. Quiero conseguir el punto que haga de mis obras algo reconocible. Que quien las mire sepa que son mías y que diga: eso es de Alberto García".

Para lograrlo, lucha también contra la crisis y la falta de inversión en cultura: "Hubo años muy buenos en los que las administraciones te encargaban piezas para plazas, parques y lugares públicos. Llegué a trabajar durante todo un año en el Parque del Águila Imperial de Pedraza (Segovia), para el que hice esculturas en piedra, bronce y muchos elementos muy cuidados, pero ahora no hay nada".

Lo que le gustaría es encontrar un galerista que apostara por él y por su obra: "Hace unos meses hice una exposición en Madrid, en un galería cerca del Museo del Prado, pero no vendí nada. Entre trasladar las piezas y demás, casi perdí dinero. El problema es que los pocos galeristas que quedan no quieren arriesgarse con autores desconocidos".

"El arte y, sobre todo, la escultura, es muy elitista. Además, los que tienen dinero e invierten en arte quieren nombres. La razón para comprar una obra es su firma. Este mercado vive ahora una burbuja, igual que la que vivió la construcción en España, pero a nivel mundial. Sirve para especular porque el que compra una pieza conocida sabe que, pague lo que pague, el año que viene costará más".

A pesar de todo, este vallisoletano no quiere tirar la toalla. "He pensado en buscar otras salidas, marcharme fuera o lanzarme a otros trabajos pero este año no puedo, todavía estoy atado al taller. Lo que tengo claro es que este espacio siempre estará aquí. Además, trato de crear todos los días. Algunos me lanzo a tallar, otros a hacer fotos, grabados o pintura. El caso es no quedarse parado", recalca.

Unión entre escultura y grabado

Sus acabados son tan perfectos que hacen que parezca mentira que sus esculturas parten de una pieza de piedra basta, irregular y rugosa. Desde la escalera que busca llevarnos al cielo, hasta la escultura que resuena como una campana, las piezas que realiza Alberto García dan ganas de tocarlas, de descubrir cada uno de sus secretos y de desmontarlas porque, aunque todas sean una única pieza, parecen compuestas por otras muchas e incluso por partes de diferentes tipos de piedra. Sus líneas sirven para inspirar también grabados que forman un conjunto con las esculturas y que, el día que se expongan, lo harán el uno al lado del otro. "Son dos formas diferentes de contar lo mismo", informa. El minimalismo y la sencillez también marcan los grabados que hace en su taller y lo hacen tanto que hasta el color desaparece de ellos dejando a los volúmenes y al blanco el protagonismo.

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