Cuando ir a la playa dejó de ser un acontecimiento social, los balnearios dejaron de tener sentido. Los Baños del Carmen, edificados sobre un pequeño cabo de roca, pasaron de viejos a antiguos sin pena ni gloria. Todavía está en pie el edificio principal y el jardín conserva trazas de los coquetos jaulones para pájaros, de los bancos y de la pista de tenis. Las playas se han asalvajado: la titularidad privada del balneario lo libró de desaparecer cuando se construyó el paseo marítimo de Pedregalejo. Son rocosas, umbrías por la cercanía del eucaliptal del jardín, y congregan a un público tranquilo y amable. Más de una tarde, los últimos bañistas se dan un paseo para recoger la basura de la playa. Luego se pierden para ver al sol morir tras la columnata de la antigua pérgola, un decadente balcón blanco sobre el mar.
Los Baños del Carmen son un lugar secreto; un secreto de muchos. Y el próximo PGOU los condena a perder su secreto encanto, porque los integra en el paseo marítimo y sustituye la arboleda por una zona comercial. Los amantes de Los Baños se han rebelado y han montado una plataforma ciudadana que organiza actividades culturales, campañas de limpieza y manifestaciones por la conservación del lugar (quien esté interesado puede pedir razón allí). En una ciudad que pierde continuamente espacios públicos, la lucha por Los Baños del Carmen es un grito social.
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