La lata de conservas fue inventada en 1810 por el inglés Peter Durand para preservar la comida en las largas campañas bélicas.

Los militares nunca pensaron que necesitarían un abrelatas para el nuevo envase; ¿para qué? A golpe de bayoneta o mediante un disparo, la lata se abría. Incluso los fabricantes lo indicaban en sus etiquetas: «Córtese alrededor de la parte superior con martillo y cincel». Y así, entre guerra y guerra, casi 50 años y el abrelatas sin inventar. Y es que estas primeras latas eran de hierro (pesaban casi medio kilo vacías) y abrirlas era un suplicio.

El primer abrelatas patentado, en 1858, era una mezcla de bayoneta y hoz que había que deslizar fuerte y peligrosamente. Incluso antes de un modelo para todos los públicos, aparecieron las latas con llave, lo que podría haber propiciado el aborto de nuestro protagonista de no haber sido por la dificultad técnica para fabricarlas. El abrelatas, tal y como lo conocemos, una rueda cortante o cuchilla que gira alrededor del reborde del envase, fue patentado en 1870 por el americano William Lyman.

Ya a principios del siglo xx se introdujo la rueda dentada alimentadora, que permitía que lo que girara fuera la lata y no el abrelatas. A partir de entonces son docenas los modelos que han inundado el mercado: de mariposa, de tenaza, el eléctrico... y el ‘explorador’ de toda la vida, llamado así por ser ideal para el campo y que, incluso, incorpora un abrebotellas de primera generación.

Medio kilo en vacío

En los últimos 30 años se han producido unos 3 billones de latas de conservas. Colocadas una a una, se podría ir a la Luna y volver (sobre latas) unas mil veces. Y todas podrían haberse abierto sencillamente con un explorador. Ni siquiera las 2.000 personas que se cortan el dedo cada año en España al abrir una lata (¡cuánto daño ha hecho el ‘sistema abrefácil’ de anilla!) pueden empañar el currículum de un aparato, el abrelatas, que nació tarde, pero cuya efectividad solamente es comparable a su simpleza.