El vodevil de Bono

Zapatero quiso convencerle con encuestas que le auguraban el triunfo. Tras el ex ministro y Fernández de la Vega, Borrell es el más valorado de los candidatos posibles.
José Bono, el pasado martes, en la presentación de un libro sobre la guerra de Irak. (Efe).
José Bono, el pasado martes, en la presentación de un libro sobre la guerra de Irak. (Efe).
José Bono, el pasado martes, en la presentación de un libro sobre la guerra de Irak. (Efe).
Primero pareció una maniobra de distracción; luego, una estudiada liturgia para alimentar un ego desbordante; finalmente, se hizo la luz: tan sólo estaban haciendo el ridículo. Lo ocurrido esta semana con el frustrado intento de convertir al ex ministro José Bono en el candidato del PSOE a la Alcaldía de Madrid pasará a los anales como un vodevil de Broadway producido por el presidente del Gobierno. En Génova, la sede del PP, tuvieron que cerrar las ventanas para amortiguar el sonido de las carcajadas.Hay que reconocer que, por un momento, todo el mundo llegó a pensar que la cosa estaba hecha. Y es que después de escuchar a Bono dejarse querer y al partido anunciar que le pediría formalmente que diera un paso al frente, nadie podía imaginar que no estábamos ante una estudiada petición de mano que culminaría con el ‘sí, quiero’ del interfecto. A Zaplana, que presume de ser su amigo, no le cabía en la cabeza qué podía ganar Bono con semejante apuesta, y así lo explicaba en algunos corrillos. Al día siguiente, cuando desde el entorno del ex ministro se descartaba su candidatura, no desaprovechó la ocasión para sonrojar a los socialistas: «Como todo lo que nos cuenten sobre terrorismo o inmigración esté tan perfilado como su candidato a la Alcaldía de Madrid... ¡en qué manos estamos!».

Se podría entrar en las razones por las que Bono ha terminado haciendo a su partido un corte de mangas, especular sobre si realmente era prisionero de sus palabras –«nunca me han gustado los paracaidistas en política»– o si ha tratado de servirse el plato frío de una venganza pendiente, pero no vendría al caso. Lo sustantivo es que el proceso cuya dirección se ha reservado para sí Zapatero está causando daños evidentes al PSOE y a sus posibilidades –si es que las tiene– de gobernar en Madrid. Estamos ante una historia de sobreentendidos que se demuestran falsos. Se sobreentendía, por ejemplo, que en el momento de nombrar a Trinidad Jiménez secretaria de Estado para Iberoamérica y ahorrarle una nueva derrota ante Gallardón, Zapatero sabía ya quién sería el candidato del PSOE a la Alcaldía; se sobreentendía también que, tras unos días de incertidumbre, se haría público su nombre; se sobreentendía que un partido que gobierna en el Estado no tendría problemas para encontrar un candidato de renombre; se sobreentendía, en definitiva, que el PSOE no daría ocasión a que algunos medios en Internet incluyeran

en sus encuestas candidatos alternativos como Carmen de Mairena o El Fary.

Zapatero confía en exceso en su capacidad de persuasión o nos hallamos ante un ingenuo que piensa que los deseos se hacen siempre realidad y que existe el ratoncito Pérez. El hecho es que, aunque cueste creerlo, el presidente sólo ha manejado una opción de candidato y esa opción era Bono. Había hablado con él para sondearle y le había enviado a Pepe Blanco, el secretario de organización, con una serie de encuestas bajo el brazo. Bono era, de los posibles, el candidato mejor valorado por los electores, por delante de la vicepresidenta, María Teresa Fernández de la Vega, y del actual presidente del Parlamento Europeo, José Borrell. Los sondeos le daban enormes posibilidades de victoria y una bolsa adicional de varios cientos de miles de votos al partido.

Fuentes próximas a la dirección del PSOE reconocen que el presidente contaba con poder anunciar la buena nueva durante la conferencia política del partido, el acto de autoafirmación que el PSOE celebró entre el 15 y el 17 de septiembre pasados. Sin embargo, el ex ministro se encargó de desactivar la operación, y el día anterior a la inauguración de la conferencia declinó el ofrecimiento. Sus aspiraciones discurrían por otros derroteros: encabezar la lista por Toledo en las generales de 2008, contribuir a la victoria y, si ésta se consumaba, convertirse en el presidente del Congreso. Un dulce sin riesgos.

Zapatero volvió a la carga, consciente de que una victoria en Madrid, tanto en el Ayuntamiento como en la Comunidad –en este último caso por efecto inducido–, tiene una segunda recompensa: deja al PP sin recambios si Rajoy pierde las elecciones. El martes recibió a Bono en Moncloa durante varias horas y le aduló hasta la extenuación. Cuando al día siguiente le oyó decir que era su subordinado y que estaba a las órdenes del partido creyó haberle convencido. El resto es conocido y bastante grotesco.

El malogrado intento de que Bono cruzara el Tajo sólo puede tener efectos devastadores para el partido. Si Bono, como se dijo en esas horas delirantes, era «el mejor de los candidatos posibles», ¿quién se atreverá ahora a presentarse ante el electorado? ¿Será un candidato bueno, pero algo peor? ¿Será el candidato de la desesperación de no encontrar a ningún otro?

Internamente, el daño ya está hecho. La obstinación presidencial ha hecho trizas el sistema de primarias y la participación de la militancia. Según se ha dicho, Zapatero, con el auxilio espiritual de Rafael Simancas, secretario general del Partido Socialista de Madrid (PSM), será el encargado de designar al elegido. Es decir, quien se hartó de criticar que la caprichosa falange de Aznar apuntara hacia Rajoy y lo convirtiera en el sucesor, saca brillo a su dedo índice. Las vueltas que da la vida.

La otrora belicosa Federación Socialista Madrileña asiste en silencio a todo el proceso. En los pasados comicios municipales y autonómicos, Simancas tragó con el sapo de aceptar la designación de Trinidad Jiménez a cambio de que nadie discutiera su candidatura a la Comunidad. En esta ocasión ni se le ha preguntado. Zapatero manda mucho y no siempre bien.

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