Ésta es una de las conclusiones a que llegan Laura Torrabadella y Elisabet Tejero en su estudio, editado por las fundaciones Bofill y Caixa Sabadell. El informe es el retrato de diez jóvenes de entre 23 y 34 años, que han «interpretado» un legado familiar para, a partir de la adolescencia, ir conciliando valores y superar conflictos identitarios con la ayuda de amigos, escuela y barrio, según explicó ayer Tejero. Ahora son «mestizos» catalanes, y «rescatan los valores que les son útiles para vivir», afirmó la autora.
Con estudios calificados
En común, los diez jóvenes tienen que han prosperado socialmente, cursado estudios calificados y participado en movimientos asociativos, como sus compañeros autóctonos.Pero no todo ha sido un camino de rosas. A pesar de que su integración ha sido más fácil de lo que está siendo para los extranjeros que llegan ahora, los entrevistados –con raíces en Guinea, Marruecos, Gambia, Argentina, Chile y China– han sufrido marginación por el origen de la familia.
Perpetuar la diferencia
«¿Por qué se habla de la segunda generación de inmigrantes?» Laura Torrabadella y Elisabet Tejero critican que el uso de la expresión no hace otra cosa que perpetuar las diferencias entre los ciuadanos autóctonos y los que dejaron un país para empezar un proyecto vital en Catalunya, que quedan así «estigmatizados». Lejos de acercar y crear un solo colectivo, se les aleja. De hecho, el informe recrimina a la sociedad que ponga corazas y repita tópicos para segregar a la inmigración. Tampoco ayuda mucho el marco jurídico, con unas leyes de extranjería restrictivas.
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