Floren tiene 77 años, no tiene hijos y cuando llegamos a verla, somos los primeros con los que habla en tres días. «Cada vez que abro la puerta y veo a las chicas que vienen a hacerme compañía es como que me viene el alma al cuerpo», sonríe. «No tuve hijos porque tenía que cuidar a mis padres, pero sí que crié a cuatro sobrinos, si me sobraran los millones ya verías tu cómo rondaban por aquí». Ángeles escucha con atención, tiene 21 años, estudia Informática y violonchelo, pero le sobra tiempo para ser voluntaria de la Fundación Cauce. Visita a Floren una vez por semana. Le ayuda con los recados y, sobre todo, conversan, «me cuenta cosas que no he vivido, de aquellos tiempos y de cómo cambia la vida. Ella habla y yo escucho», dice. «Nos hemos hecho amigas, es ya casi como una abuela».
Un cauce de ayuda
No es la única organización que se dedica a la atención de personas mayores, pero la Fundación Cauce está muy dedicada a ello. Por un lado, tienen un programa de acompañamiento en domicilios, donde los voluntarios les hacen compañía y les ayudan en sus gestiones y visitas a los centros médicos. Además, realizan actividades en residencias para enriquecer el tiempo de la tercera edad. Hay otra cara, y son los voluntarios que, aun siendo mayores o jubilados, se sienten jóvenes por dentro y colaboran con ellos en su dedicación a los demás.
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