De niña ya le cautivaba el arte medieval. La llevaban a Asturias o Navarra y miraba las piedras labradas de monasterios e iglesias en busca de cuentos «sobre emperatrices y príncipes». Antes o después del trabajo, suele visitar el museo Reina Sofía. Va poco tiempo, no le gusta eternizarse. Busca a Picasso. También la mirada de los niños cuando ven arte, porque en ellos está la ingenuidad que nos falta: "Es como deberíamos mirar. Hemos visto tanto que tenemos que tirarnos el rollo ‘cultureta’. Un niño dice lo primero que le viene a la cabeza".

Le desespera que sólo sea arte lo que está archivado en un edificio: "Lo etiquetamos y coleccionamos. Hay que enfocar el arte desde la enseñanza y meterlo en nuestro día a día, no verlo como algo que está en un museo para verlo los domingos".

Está en un momento dulce. Ha conseguido una beca en Dublín para trabajar en una revista de arte contemporáneo: "Aquí tenemos la idea de que al acabar la carrera hay que encontrar un trabajo para toda la vida. Fuera es distinto. Los jóvenes viajan y prueban. En el resto de Europa se entiende el arte como algo necesario. Quiero conocer para poder elegir".