Ataca al amanecer y al atardecer. El mosquito activa su compleja red de receptores olfativos, rastrea el olor del sudor y el aliento, perfora la piel humana y absorbe sangre. Si el insecto se había cebado antes en una persona enferma, habrá transmitido a su víctima el parásito que provoca la enfermedad. Y subirá la fiebre, estallará la cabeza y los vómitos y la diarrea marcarán el ritmo de las horas. El tratamiento es asequible y la prevención es sencilla: impregnar la casa de insecticida antes de que empiece la temporada de lluvia o utilizar mosquiteras evita que los insectos contagien la enfermedad, pero la desidia, la ignorancia o la falta de acceso a la medicación puede ser letal. La afección mal curada puede motivar fallos multiorgánicos y provocar la muerte.

La enfermedad se erradicó en Europa a mediados del s. XX –con visitas esporádicas–, pero en África todavía es una tragedia. La malaria provoca al año 1,2 millones de muertes. El 90% ocurren en el África Subsahariana y afecta sobre todo a niños menores de cinco años y mujeres embarazadas. Existen métodos eficaces y económicos para luchar contra la enfermedad: pruebas de diagnóstico rápido y terapias combinadas con artemisinina (ATC). Sin embargo, solo una pequeña proporción de enfermos tienen acceso al tratamiento. "Existen herramientas. Las farmacéuticas producen medicinas y se comercializan. Pero hay un serio problema de distribución. La medicación no llega a la gente". Nines Lima, referente de Enfermedades Olvidadas de Médicos Sin Fronteras, alerta sobre el desinterés de los donadores internacionales en financiar programas de implementación. Y sin cobertura sobre el terreno, erradicar la enfermedad es una utopía.

El uso histórico de la medicina tradicional para tratar enfermedades es otro handicap importante para luchar contra el paludismo. Las zonas rurales suelen evitar los centros de salud por tradición o porque no pueden sufragar gastos hospitalarios. La medicación contra la malaria debería dispensarse de forma gratuita, sin embargo, no siempre ocurre. En el pueblo de Nadine –la joven del vídeo–, en la República Centroafricana, la medicina era un lujo solo accesible para familias pudientes antes de que Médicos Sin Fronteras llegase a la comarca. Las zonas en conflicto son otros puntos calientes. "Es imposible acceder a regiones en guerra. Y en esos lugares las estadísticas de muerte por malaria se disparan".

Un informe elaborado por la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga revela que la mitad de los medicamentos consumidos en África son de mala calidad o falsificados made in Asia. Suelen ser aspirinas o paracetamol, que no palían la enfermedad y pueden ser letales. El estudio calcula que el 20% de las muertes anuales podrían evitarse si las medicinas fuesen efectivas y se utilizaran correctamente.

El futuro es la vacuna. El pasado octubre se presentaron los primeros resultados de la variante RTS,S en la fase III –la previa a la aprobación del medicamento por parte de la OMS– y se demostró que era efectiva en un 50% de los niños vacunados entre los 5 y 17 meses de edad, unos niveles de efectividad nunca alcanzados. "Es una primera fase. El objetivo es conseguir un 80% o 90% de cobertura", explica el científico español Pedro Alonso, investigador de referencia mundial en malaria. Alonso confía en que la vacuna se administre de forma generalizada en el África Subsahariana en 2015.