Rihanna: una diva rebelde... al menos, en apariencia

  • Rihanna, la chica herida, no se dejó vencer: a sus 23 años acaba de sacar nuevo disco, lidera las listas de ventas, tiene millones de fans y diseña para Armani.
  • Los que la conocen, aseguran que mantiene los pies en el suelo.
  • Sin embargo, su existencia está llena de contradicciones.
Rihanna, durante un concierto en Madrid.
Rihanna, durante un concierto en Madrid.
Andrea Comas / Reuters
Rihanna, durante un concierto en Madrid.

Sexo, drogas, alcohol, tabaco, robos, vandalismo, vómitos, relaciones tormentosas y mucho, mucho desfase. We Found Love, el último videoclip de Rihanna de su álbum Talk That Talk, no se deja nada en el tintero. Ella lo defiende a capa y espada, a pesar de la censura en varios países: "Considero que es el vídeo más intenso que he rodado, porque habla de que el amor es adictivo, y de que en todo lo adictivo hay peligro".

No parece ese el mensaje que lanza en una cascada abrumadora de imágenes autodestructivas, pero Rihanna es así, pura contradicción. Por un lado está la chica mala y traviesa que se empeña en vender con sus temas musicales, su atuendo y su mirada pícara y seductora. En el escenario, la diva se contonea, mueve su pelvis y hace gala de la poderosa anatomía que algún dios de la isla Barbados tuvo a bien regalarle. Sus bandazos de peluquería refuerzan esa imagen de veleta, tan habitual en el mundo artístico. Pero cuando las luces se apagan, cuando en el camerino cae el corsé y el maquillaje es barrido por una esponjilla purificadora, asoma Robyn, una chica de rasgos dulces, trabajadora, discreta y extraordinariamente centrada para ser alguien que con solo 17 años se encontró el mundo a sus pies.

Una triunfadora de origen humilde

La fama y la fortuna están de su lado: ha vendido 28 millones de álbumes en el mundo, ha recibido los más importantes galardones de la música y ahora incluso diseñará su propia colección para Armani, firma para la que ya ha sido musa y modelo. Tiene motivos sobrados para estar en las nubes, y, sin embargo, todos cuanto la conocen de verdad coinciden en afirmar que, al contrario que otras estrellas, Rihanna mantiene los pies en el suelo.

La cantante ha sabido estar en su sitio, no ha olvidado que hace no mucho tiempo, su vida era muy diferente en la caribeña isla de Barbados, donde nació. Creció en un modesto bungaló de tres camas junto a sus padres y sus dos hermanos pequeños. Su padre, Ronald Fenty, trabajaba en un almacén de una fábrica de ropa y además vendía prendas en la parte de atrás de su coche. Rihanna solía acompañarle, y también instalaba su propio puestecillo de cinturones, sombreros y pañuelos en la calle. Era una niña generosa y afectuosa que sufrió intensamente la adicción de su padre a la cocaína, el alcohol y la marihuana, una situación que desembocó, cuando ella tenía 14 años, en el divorcio de sus padres.

Un talento innato y un encuentro providencial

Como en muchos otros casos, la música fue su refugio. En su vecindario, todos la conocían por su portentosa y bella voz. En la escuela (donde sufrió acoso por tener la piel más clara en un país de mayoría negra) había formado un trío musical con dos de sus compañeros de clase. Era graciosa, encantadora y elegante, asegura su padre. Cantando Hero, de Mariah Carey, ganó un concurso de talentos que le cambiaría la vida. Fue presentada al productor americano Evan Rogers, que estaba en Barbados de vacaciones. Ella había grabado unas cuantas canciones que Rogers le llevó al rapero Jay-Z, en Estados Unidos. La chica del paraguas estaba a punto de nacer. Pero Robyn de Barbados nunca la ha abandonado.

"Nunca un fracaso, siempre una lección"

Rihanna es el mejor ejemplo de que el maltrato no es cuestión de edad o posición social. Las alarmas saltaron cuando la cantante, que debía presentar los Premios Grammy 2009, no se presentó. Esa noche, su novio, el rapero Chris Brown, le dio una paliza en un aparcamiento. Muchas eran las razones para callar aquel escándalo, pero ella dio la cara: le denunció y declaró en su contra ante el juez. Consiguió una orden de alejamiento, y lo más importante: que el mundo supiera la verdad sobre su exnovio. Después se tatuó la frase "Nunca un fracaso, siempre una lección". Su lema para la vida, asegura.

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