Vivir del subsahariano

Me para un conocido subsahariano, de los que algunas oenegés rebuscan como Objetivo 1.
Lleva un año en Galicia, chapurrea castellano y desertó del top manta por un modesto empleo legal. El paraíso. Vamos por la sexta birra y, poco a poco, asoma el currículo oculto que es su vida. Al llegar, una avivada oenegé ofreció sus barbas para arreglarle los papeles en una torticera operación.

Días después, el buen hombre recibía clases de castellano en esa oenegé. Pero, cuando quiso trasladarse a otro curso de alfabetización –también pagado por la Xunta– las tornas cambiaron: la sonrisa paternalista dio paso a la amenaza y el rosado futuro se volvió negro presente. Más tarde, fue «invitado» a realizar un curso de capacitación marinera. Tuvo que pagarlo de su bolsillo, a pesar de que la Xunta afloja la parte. «Ser solidario cuesta dinero» le soltaron cuando, ingenuo, preguntó en el céntrico local de esa oenegé que vive de captar (nuestros) fondos para montar escuelas que los niños africanos nunca utilizarán. Mi amigo no gana suficiente para regresar a casa, pero la oenegé amiga ya no le considera Objetivo 1.

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