Siete en punto, tres grados

Viaje en el mismo Cercanías en el que explotaron hace un año las primeras bombas.
Estación de Atocha, Madrid
Estación de Atocha, Madrid
Jorge París
Estación de Atocha, Madrid
Si fuese posible la proclamación de una improbable república en estacomarca –sesenta kilómetros de largo y 700.000 vecinos–, el uniformesería un chándal de hipermercado, con las líneas blancas y paralelas,geodésicas, bajando desde las cinturas a la tierra.

¿La bandera? Acaso la bolsa del Lidl, ese delicatessen popular dondevenden queso fabricado en Alemania para españoles fabricados enEcuador, Lituania, Costa de Marfil y Panamá. Pida usted pasaportes yaprenda geografía, la verdadera educación básica: 116 nacionalidades yun mismo espacio. Buenos días, mapamundi.
Por ejemplo, un tren.Uno cualquiera de los 386 que se mueven a diario y en cada sentidoentre Madrid-Atocha y Guadalajara, extremos del Corredor del Henares. P
or ejemplo, el que parte de Alcalá de Henares cada mañana(también aquella, la mañana partida por diez explosiones) a las 7:00–una forma dócil de decir con tres dígitos “maldita sea, qué sueño”-.

En una vieja canción de Elvis Presley, un “tren misterioso” rapta a lachica del cantante hacia un abrazo “largo y negro”. Un aforismo de BobDylan sostiene: “se necesita mucho para reír, pero sólo un tren parallorar”. El bluesman Robert Johnson contempla las dos luces traseras deun vagón: “la azul es mi tristeza; la roja, mi mente”.
Tren y tragedia empiezan por la misma letra.
Una coreográfica rutina: el primer "tq" en elprimer sms, la calada al cigarrillo antes de subir al terrenodesinfectado del vagón (...) un manual de informática, el cigarrillovolando contra la noche, no es posible imaginar otras chispas cuando estan temprano

Una coreográfica rutina: el primer“tq” en el primer sms, la calada al cigarrillo antes de subir alterreno desinfectado del vagón, el aroma Disneylandia del chicle dementa, un paso, te imponen la prisa, incluso la mecánica del cuerpo,otro paso, un manual de informática, un libro forrado de papel deregalo con fresones estampados, el diario abierto en la página ligerade los crucigramas, el cigarrillo volando contra la noche, no esposible imaginar otras chispas cuando es tan temprano. Porque todavíaes de noche.
Siete en punto, invierno, tres grados centígrados.

La línea de Cercanías más frecuentada de toda España:
casi 220.000 viajeros al día.En la empresa gestora de los ferrocarriles los han estudiado con afanessociológicos. Les encanta hacernos retratos-robot. Dicen: mujer joven,con estudios superiores y asalariada. Silencian el salario porque losrobots no necesitan comer aunque paguen el abono (45 euros al mes).Quizá baste alimentarse con chicles y besos blancos y rojos como lapintura del tren.
Aída (40 años) lee una Bibliaenvuelta en plástico negro. Es ecuatoriana. El jueves 11 de marzo de2004 estaba con este libro en este vagón, el primero del convoy, dondeexplotaría una de las tres bombas. Pero Aída tiene que enlazar con elMetro y se bajó en Vicálvaro, quince minutos antes de las dentelladas.Ahora lee a Isaías: “Jehová es nuestro camino”.
Las ventanillas del tren (...) son la mejoralmohada. Muchos dormitan, una forma tierna de encubrir laconsternación
Las ventanillas del tren,
unmodelo de la serie 447 fabricado por la empresa CAF, patrimonio de unasaga vasca de industriales, son la mejor almohada. Muchos dormitan, unaforma tierna de encubrir la consternación. Ni la chica del jersey decuello alto, ni la mamá africana, ni el muchacho de las rastas sontestigos del amanecer, pasado Torrejón de Ardoz. Torretas de altatensión y páramo: alguien debería escribir una canción con esaspalabras. El Cercanías acelera. A veces no logras escapar ni siquiera a120 kilómetros por hora.
Frases pequeñas como migas de pan: “¿vistea tus padres?”, “ya tengo los apuntes”, “es muy niño”, “te doy un toqueluego”, “no seas así”. Un hombre lee algo que parece una proclama, la“Utopía” de Tomás Moro. Cuando se le pregunta por qué esa elección, untratado sobre la paz, prefiere no hablar. Se quita las gafas. Se frotalos ojos con tanto rigor que parece querer arrancárselos.
Javier (36) tambiénestaba aquí cuando la mañana se llenó de tornillería: un kilo en cadauna de las diez bombas que estallaron, un aguacero matinal y metálico.
Se salvó porque descendió antes de Atocha.“Sigo con la misma impotencia”, dice con una sonrisa que no es sonrisay sigue manipulando su aparato para leer contadores de agua.
Trabajar es el arma de los pacíficos.

La voz grabada de la locutora biónica repite los nombres de lasestaciones que ya son letanía: Santa Eugenia, El Pozo... Alguien sesuena con un kleenex y el rumor orgánico se extiende en el sigilo deltren. Atocha, el gran intercambiador –casi medio millón de personas aldía-, es el músculo cardíaco que nos inhala con puntualidad de historiarutinaria, de chute de toxicómano.
Los seis vagones del Cercanías entran en la vía 2 a las 7.38.

-Hasta luego - dice un joven.

-Igualmente - le responden.

A las 7.39, hace un año, alguien dijo “hasta luego”, alguien dijo “igualmente”.

Tomás Moro sostenía que la vida es repetición de otras vidas. Tambiénabominó de las guerras y la fama que en ellas se obtiene. A Tomás Morolo decapitaron por orden del gobierno. A 192 madrileños de la invisiblerepública de los trenes también los mataron.
Ninguno merecía salir así de su gloriosa rutina.
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