En segundo no hay nadie matriculado. Sonia, que vino de Rota a Málaga por ser ésta la tierra de los jardines, no da crédito: «Me llaman empresarios pidiendo alumnos cualificados para contratar y no tenemos».
Sonia llegó a la jardinería por azar. Siempre le gustó el campo. «En Rota no hay mucho verde; todo lo absorbe la base militar. Pero gracias a los Scouts he podido vivir desde niña muy en contacto con la naturaleza». Los jardines son pequeños santuarios de vida. Lugares donde el verdor progresa con la ayuda del hombre, y no al contrario.
Entender e intervenir en los ciclos de la vida ha producido «cambios milagrosos» en muchos de sus alumnos. «Algunos llegan muy jóvenes, con un historial de fracaso, y de pronto se serenan, se encuentran a sí mismos; descubren las ventajas de un trabajo al aire libre, variado, donde el jefe no te dice qué tienes que hacer», explica. Entre profesores y alumnos han convertido los jardines de la «Uni» en un vergel. Hay invernaderos y umbráculos donde practicar la siembra, el abonado, hasta el arte del arreglo floral.
Son los propios aprendices quienes conciencian a sus demás compañeros sobre la necesidad de respetar las plantas. Lo que está vivo y es de todos. Se toman en serio su trabajo: cuidar un jardín es participar en el misterio de la vida. Pero en la ciudad de los jardines faltan demiurgos cualificados.
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