"Verles marcar un gol es muy emotivo, sabes que les queda poco tiempo de vida"

  • Niñas y mujeres con sida se refugian en el fútbol contra la discriminación en Uganda, donde muchos piensan que se van a "contagiar con la mirada".
  • La española Patricia Campos Doménech, entrenadora en Estados Unidos, ha logrado darles una motivación con el deporte. 
  • El pasado jueves, después de dos meses, consiguieron un rival.
Un grupo de mujeres del proyecto 'Hope House', en Kampala (Uganda), juega al fútbol con la española Patricia Campos Domenech.
Un grupo de mujeres del proyecto 'Hope House', en Kampala (Uganda), juega al fútbol con la española Patricia Campos Domenech.
Patricia Campos Domenech
Un grupo de mujeres del proyecto 'Hope House', en Kampala (Uganda), juega al fútbol con la española Patricia Campos Domenech.

Lejos del ruido de un deporte carcomido por el dinero existe el fútbol de verdad. Uno en el que la pelota está hecha de ropa—con suerte de plástico— y no se mueven millones. Así lo entiende la entrenadora y piloto Patricia Campo Doménech (Castellón, 1980), quien intenta introducir este mismo mensaje en Kampala (Uganda), donde es voluntaria. Allí prepara a diario a niñas y mujeres con sida, la lacra de un país que junto a Nigeria y Sudáfrica protagoniza el 48% de los nuevos casos en la región. Tienen poca esperanza de vida, pero mucha fuerza para golpear el balón, descalzas, bajo un sol demoledor y contra la amenaza de la marginación. "Aquí te discriminan mucho, piensan que te vas a contagiar con la mirada". El reto era difícil, pero las barreras se derrumbaron el pasado jueves, cuando por fin lograron un rival para jugar. Ganaron 5-2. Marcaron Aisha (38), y Charity (13) y Olivia (14) en dos ocasiones.

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Así termina el poema que Olivia, de 14 años, entregó el pasado jueves a Patricia después del partido. Nació con sida. Es una chica malhumorada, seria, a la que no le gusta correr mucho. No va a la escuela porque sus padres no pueden pagar 60 dólares (54 euros) trimestrales, así que pasa el día jugando en una especie de 'guardería' de 0 a 20 años. Es, junto a Charity, la más joven del equipo Hope House. Su esperanza de vida, como las de las 84 mujeres que integran este lugar, es nula. "Probablemente a los 23 morirá".

En Hope House desayunan té, comen té y cenan té. Apenas pueden comprar alimentos, y los medicamentos son un lujo que escasea en los hospitales, así que fabrican bolsos, pulseras y otras joyas para ganarse algo de dinero. Su historia llegó a oídos de Patricia, quien había llegado a la zona para trabajar con niños y niñas en una escuela de la ONG Soccer Without Borders (Fútbol sin fronteras). Leyó, preguntó y vio que estaban muy mal informadas sobre su enfermedad. "Desde el Gobierno hasta los pastores piden abstinencia. No existen métodos anticonceptivos, así que la consecuencia es que hay mucho sida", lamenta. Y, en consecuencia, mucha discriminación: "Piensan que se van a contagiar con la mirada".

Mujeres con VIH

No tardó en ofrecerse para ayudar a su integración. "Les dije que se vinieran a jugar conmigo al fútbol, que les daría otra motivación". El único problema es que desconocía sus límites. "La portera tiene 65 años, no sabía si físicamente respondería a este deporte. Evidentemente no es un equipo profesional, pero requiere un esfuerzo. Me daba miedo, no sabía hasta qué punto podía presionarles, pero pronto ves que aunque estén enfermas tienen más energía que nosotros. Al principio se cansaban, pero han seguido jugando. Lo hacen descalzas, con un sol que te mueres. Son de otra pasta".

Las niñas no pueden jugar al fútbol, "las echan de casa", así que tuvo que pelear para lograr sus objetivos. De inmediato, recibieron normas básicas, como que no se puede tocar el balón con las manos o que el objetivo es meter el balón en la portería. Aprendieron muy rápido. "Les dije que se podían dar a conocer en Europa o en Estados Unidos y les podrían mandar medicamentos".

Pronto se convirtió en su principal motivación. "Les da esperanza, les crea una ilusión que antes no tenían. Antes les preguntabas qué querían ser y te encontrabas con que los niños no sabían responder y las niñas tenían claro que se dedicarían a tener hijos. Ahora quieren ser futbolistas. En cierto modo, me sabe mal porque es muy difícil conseguir eso, pero haciendo deporte rinden mejor en los estudios, incluso juegan con diferentes tribus que antes odiaban. Aprenden reglas y educación".

Una vez asimilado el juego, solo faltaba un rival. Casi dos meses después, el pasado jueves, logró convencer a un grupo de personas para jugar contra ellas. "Les tuve que sobornar", bromea. "Estamos en una montaña, y aquí la gente se acerca a ver fútbol. Venían a ver quién era esa mujer blanca, qué hacía. Así que un día pensé que si estaban cerca, mirando, no tendrían miedo al sida. Les pregunté si querían jugar contra ellas, y aceptaron".

La goleada no solo fue un triunfo deportivo y social, sino también personal. "Verles marcar un gol y alegrarse es muy emotivo, porque sabes que les queda poco tiempo de vida. La vida te cambia cuando ves lo felices que son con tan poco. Nunca me he sentido tan satisfecha de ver a alguien feliz gracias a mí. Soy yo la que más ha ganado".

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