Mario Garcés Jurista y escritor
OPINIÓN

Topuria o el nuevo ardor guerrero

Ilia Topuria, recién proclamado campeón de UFC.
Ilia Topuria, recién proclamado campeón de UFC.
UFC
Ilia Topuria, recién proclamado campeón de UFC.

Pómulos tumefactos. Boca deforme circundada por labios hinchados. Hemorragia en la frente que desciende hasta las cejas. Sangre que gotea en una nariz partida en dos. Una visión picassiana que estremece a la par que seduce. Probablemente el origen de todo, además de la Biblia, está en La Ilíada de Homero: "Crujían de un modo horrible las mandíbulas y el sudor brotaba de todos los miembros". Ha regresado, con Topuria, el hedor del vestuario antes y después del ring o del tatami.

Es hedor, pero es un hedor que enamora y que representa al hombre como mito, como un héroe solitario, un ideal estético y romántico, dueño de su destino, como la vida misma. Cuando todo comienza, primero fue el boxeo y ahora las artes marciales mixtas, ya no hay Dios al que recurrir. Hombre contra hombre, mujer contra mujer, el luchador se enfrenta, como huérfano expulsado del paraíso o de la cueva, a sus temores, a sus esperanzas. Derrota o victoria. Los temores mejor guardados, los deseos más íntimos y los secretos inconfesables se convierten en golpes que salen del alma. "La vida es como el boxeo en muchos e incómodos sentidos. Pero el boxeo solo se parece al boxeo", escribió Joyce Carol Oates.

Pero Topuria no fue el primero, acaso tampoco será el último. Hubo un tiempo, que la memoria blanquinegra esconde, en que Rocío Carrasco fue hija de uno de los inmortales, Pedro Carrasco, que, como Legrá, Folledo o Urtain, también se batió el cobre en la lona. Hubo otro, que fracasó a su manera, como Alfredo Evangelista que llegó a disputar la corona mundial al mismísimo Muhammad Alí. Hasta mi paisano Perico Fernández, que acabó sus sueños en el sumidero de los boxeadores rotos, entre la indigencia y el recuerdo de unos pocos. Perico llegó a pintar, emulando a Eduardo Arroyo que sublimó el boxeo como un arte, porque el color y el volumen de sus cuadros todavía conservaba el aliento del ring. Es la otra cara del deporte. Los vicios, las traiciones, la corrupción de las noches descontroladas y la inevitabilidad de la tragedia. No todos son Topuria.

La fascinación por el aroma a vaselina perfumada ha regresado. Desde Buster Keaton hasta Robert de Niro o Humphrey Bogart. Y, por supuesto, Sylvester Stallone, que llegó a actuar para John Huston después de abandonar el porno. También para los amantes de la literatura, Jack London, Ernest Hemingway o Julio Cortázar, que, entre la revolución cubana y el surrealismo patafísico, entre mate y mate, en su barrio en torno a una radio de galena, hizo del boxeo literatura. Ahora es el turno de Topuria, maestro de estilo en un cuerpo disciplinado a base de golpes. No le faltarán meritorios que le escriban, pues la gloria ya está aquí, aunque nunca sepamos qué nos deparará el destino.

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