Carmen Juncal Redactora jefe deportes
OPINIÓN

Qatar, el día 1 tras el Mundial

El emir de Qatar, Tamim bin Hamad Al Thani, y el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, en un partido de octavos de Mundial el sábado pasado. El presidente de la FIFA Gianni Infantino (i) habla con el emir de Catar Tamim bin Hamad Al Thani hoy, en un partido de los octavos de final del Mundial de Fútbol Qatar 2022 entre Países Bajos y Estados Unidos en el estadio Internacional Jalifa en Doha
El emir de Qatar, Tamim bin Hamad Al Thani, y el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, en un partido de octavos de Mundia
EFE
El emir de Qatar, Tamim bin Hamad Al Thani, y el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, en un partido de octavos de Mundial el sábado pasado. El presidente de la FIFA Gianni Infantino (i) habla con el emir de Catar Tamim bin Hamad Al Thani hoy, en un partido de los octavos de final del Mundial de Fútbol Qatar 2022 entre Países Bajos y Estados Unidos en el estadio Internacional Jalifa en Doha

Estupefacto. De esta manera se quedó el mundo en 2010 al conocer la noticia de la designación de Qatar como sede del Mundial de 2022. Un país sin tradición futbolística ni instalaciones deportivas como para albergar un evento de tal magnitud. Las críticas comenzaron tímidamente y, en estos doce años, el país del petróleo y el gas natural invirtió 220.000 millones de euros para su debut planetario.

El Estado soberano, con normas culturales y religiosas identitarias, ha conseguido construir ocho estadios y desmantelar algunos en tiempo récord. La tradición mundialista ya ha empezado para este país, pero aún es pronto para conocer cuál será el estilo de Qatar después de la gran final disputada este domingo.

A día de hoy se sigue investigando la denuncia que realizó en 2013 la revista internacional France Football, que aseguraba la compra de los votos de Qatar a importantes dirigentes de la FIFA y la UEFA a fin de conseguir ser elegida sede del mundial de fútbol, en una operación denominada “Qatargate”.

A esto se suma la reciente preocupación en Bruselas por presunta corrupción en el Parlamento Europeo por aceptar, supuestamente, sobornos de Qatar para blanquear la imagen de ese país, un escándalo que la Eurocámara busca diluir defiendo la institución con reacciones al más alto nivel.

Lo que ha quedado fuera de la ecuación de la Qatar mundialista es el respeto a los derechos humanos. Su chute de reuniones, inversiones, patrocinios y lobby contrasta con el sometimiento a las mujeres, la persecución al colectivo LGBTI y a la prensa libre, y la explotación de trabajadores, algunos de ellos según distintas denuncias, hasta la muerte. Amnistía Internacional de hecho, cifra en 6.000 las personas que han fallecido durante la edificación de las “megaconstrucciones” del Mundial.

En un encuentro deportivo de primer nivel debería haber imperado la información sobre las selecciones nacionales, sus componentes y sus gestas deportivas, pero el Mundial de Qatar ha despuntado por la controversia desde el momento de su elección. Se verá con el tiempo si el ajuste de las normas del país qatarí se mantiene o incluso se relaja. Sin embargo, la historia demuestra que no es habitual que grandes acontecimientos deportivos como el Mundial o los Juegos Olímpicos sean catalizadores a largo plazo del cambio social. 

Después de la resaca mundialista y con el nuevo año, la vista ya estará puesta en las nuevas generaciones históricas de futbolistas que pasarán por la edición de 2026, en Estados Unidos, Canadá y México.

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