ÓSCAR ESQUIVIAS. ESCRITOR
OPINIÓN

Erratas y 'caganers'

Óscar Esquivias.
Óscar Esquivias.
JORGE PARÍS
Óscar Esquivias.

En muchos belenes españoles, especialmente en los catalanes y valencianos, aparece la figurilla de un personaje cagando. No se sabe a qué artesano se le ocurrió representar tal acción por primera vez ni cuál fue su objetivo: quizá lo hizo simplemente por diversión. Este tipo de bromas eran frecuentes: en la capilla de Santa Ana de la catedral de Burgos, por ejemplo, un profeta muestra en su filacteria la palabra "caca" (y allí está desde el siglo xv, disimulada en la profusión escultórica de aquel maravilloso retablo).

Cualquiera que conviva con niños sabe que lo escatológico les atrae mucho y que disfrutan diciendo caca, culo, pedo, pis. Quizá solo por esto se justifique la presencia de los cagones en los belenes, pues siempre son los pequeños quienes mejor se lo pasan montando el nacimiento.

La costumbre de incorporar un caganer parece que se remonta al Barroco, cuando los pesebres tuvieron gran desarrollo e incluyeron toda clase de escenas costumbristas. Es posible que, aparte de su valor decorativo y humorístico, estos cagones pretendieran simbolizar nuestra humanidad frente a la divinidad de Jesús. De hecho, las figurillas con personajes actuales que se venden en las tiendas y mercadillos subrayan tal circunstancia: incluso los más poderosos de la Tierra (Obama, Angela Merkel, el papa Francisco, Leo Messi) cada día (se supone) se despojan de sus vestidos y se inclinan para hacer sus necesidades. Eso nos iguala a todos, seamos reyes, pastores o futbolistas. Y la postura agachada puede ser interpretada, en el belén, como un gesto involuntario de adoración.

Los escritores, sin necesidad de bajarnos los pantalones, también encontramos una cura de humildad en nuestros propios libros. Ya podemos corregir con cuidado las galeradas, que luego, recién publicada nuestra obra, la abrimos y, ¡zas!, allí salta una errata enorme, gordísima, como las espirales de excremento que se representan en los pesebres y que, como ellas, también nos recuerdan que somos humanos y, como tales, imperfectos y falibles.

Las erratas pueden arruinar el texto más poético o elevado. La edición en la que yo leí por primera vez Crimen y castigo, de Dostoievski, contenía una abrupta afirmación que me dejó atónito. Decía: "[Raskólnikov] se puso a cagar sin objeto". Por el contexto, se adivinaba luego que el traductor quiso escribir "vagar" y no "cagar", pero el mal ya estaba hecho y yo me había imaginado al pobre Raskólnikov con el trasero al aire, cagando además "sin objeto" (que es tanto como decir sin ganas, porque ya me dirán qué otro propósito puede tener esta acción, salvo la de aliviarse).

Tampoco están exentos de erratas los textos eclesiásticos (las que aparecen en la Biblia tienen un artículo propio en la Wikipedia en inglés que les recomiendo). En una edición de 1791 del Catecismo del Santo Concilio de Trento se habla de los sacerdotes "a quienes está encagado el cuidado público de las parroquias" y en una bibliografía académica encontré un insospechado Penegírico de santa Teresa de Jesús, de 1731.

En la Edad Media creían en la existencia de un diablillo que despistaba a los escribas y copistas y les hacía cometer errores como los citados: era Titivillus, del que conservamos un retrato en el monasterio de las Huelgas de Burgos, donde se le ve cargado de libros, paseándose por los aires con una sonrisa traviesa. Aparece en una tabla que representa a la Virgen protegiendo con su manto a los Reyes Católicos, su familia y la comunidad cisterciense de las Huelgas. El pintor fue, posiblemente, Diego de la Cruz, el mismo que policromó el retablo de la catedral donde escribió "caca". Por estos detalles, le podemos suponer un hombre bienhumorado y amante de las bromas infantiles, que hubiera disfrutado con la costumbre actual de poner un cagón en el belén.

Al fin y al cabo, el Evangelio dice que quien no se vuelva niño no entrará en el Reino de los Cielos. Feliz Navidad.

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