MÀXIM HUERTA. PERIODISTA
OPINIÓN

Un catálogo de frikis

Màxim Huerta, colaborador del 20minutos.
Màxim Huerta, colaborador del 20minutos.
JORGE PARÍS
Màxim Huerta, colaborador del 20minutos.

Hace mucho tiempo, cuando los móviles eran como radios extraíbles de coche, dijo mi madre: "¿Cómo va a ir la gente hablando por la calle con el teléfono? ¡Qué ridículo!" Mi madre como madre es la mejor madre, pero como pitonisa no tiene precio. Como se compró uno de esos con teclas grandes dignas del primer spectrum, estos días de calor infernal hemos tirado del mío para reírnos un rato. Y oye, mejor que unos martinis.

Al primer selfie frente al espejo que ha aparecido en instagram se nos han caído los palos del sombrajo. Era uno de esos famosos que luego salen en las revistas enseñando su casa, sin embargo en la foto hacía de galán apoyado en la puerta del baño haciéndose un autorretrato. Salía la jabonera, el grifo, el marco con un secador colgando y el cable enrollado, el gel recién usado chorreando restos y un suavizante del pelo. "¿Esto es necesario?", ha preguntado mi madre. ¿El suavizante?, le digo. "No, la foto", ha zanjado con sabiduría.

Hemos seguido viendo más selfies y la cosa no mejoraba. Se veían sonrisas fingidas, más baños y más espejos. Algunos marcaban músculo, con cara prieta cercana al paroxismo, otros ponían morritos en un ataque de sensualidad, los había insinuantes en el límite del bajoombligo para evitar la censura, pechos turgentes cubiertos con la mano a lo Nadiuska, espaldas insinuantes con los restos del moreno y, sobre todo, mucho grifo. Muchísimo grifo. Los selfies están anestesiados de griferías. España es un mapa de válvulas, espitas y roscas. Saneamientos Pereda, la boutique del accesorio y reformas de baño parecen patrocinar a los instagramers patrios. De hecho hemos acabado valorando cambiar el que tenemos porque los selfies lo que esconden en realidad es un catálogo de grifería, toallas y azulejos. La conversación ha derivado al surrealismo más berlanguiano: ¿sería mejor un monomando? ¿Las toallas que nos regaló el del banco siguen en el armario? ¿Deberíamos haber puesto mampara? Así hemos seguido hasta que ha salido el Gordo de Navidad: Hacerse un selfie con la taza del wáter como escenario es, cuanto menos, grotesco. En ese momento se ha acabado mi móvil y me ha dicho que prefiere el suyo, con teclas grandes y llamadas normales. Tiene razón.

Qué lejos queda la dama del espejo de Velázquez y su selfie con las Meninas. Qué lejos queda la belleza. El mundo que ha destapado la autofoto ha degenerado en una exhibición extraña: somos seres solitarios. El selfie -en el que todos hemos caído- es triste. Todas las fotos hechas con el brazo alargado esconden un desamparo que no lo cambia la mejor sonrisa ni los dientes más blanqueados. Lo que empieza como guiño y gesto de felicidad frente al espejo acaba como mueca deforme y contrahecha.

Al baño, sin móvil.

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