GUILLERMO FATÁS. CATEDRÁTICO DE HISTORIA
OPINIÓN

"Los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla", nunca lo dijo Santayana

Guillermo Fatás, catedrático de Historia Antigua, periodista y escritor.
Guillermo Fatás, catedrático de Historia Antigua, periodista y escritor.
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Guillermo Fatás, catedrático de Historia Antigua, periodista y escritor.

El filósofo George Santayana, cuyo nombre genuino fue Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana Borrás, vivió entre 1863 y 1952. Su padre, Agustín, fue zamorano, diplomático de carrera; su madre, Josefina, nació en Londres, creció en Glasgow y vivió en Boston su primer matrimonio (con Agustín casó en segundas nupcias). Jorge fue bilingüe perfecto y escribió sus obras en un elegante inglés. Bostoniano de formación, no perdió la conciencia de su raíz española y su apego a la latinidad: "He procurado escribir en inglés la mayor cantidad de cosas no inglesas que me ha sido posible". En 1912 volvió a Europa (París, Oxford, Roma). Pidió ser enterrado en un panteón español del cementerio romano de Campo Verano.

Se atribuye a su pluma, con poca finura, una frase que no escribió sobre los pueblos y la historia. En su “La vida de la razón. Las fases del progreso humano” (cinco tomos publicados entre 1905 y 1906) habla de cómo los salvajes (savages) no retienen la experiencia, por lo que están siempre en la infancia. Traza un parangón con la evolución de la mente en el individuo: “En la primera fase de la vida, la mente es frívola y se distrae fácilmente; es incapaz de progreso porque carece de continuidad y persistencia. Tal es la condición de los niños y los bárbaros, en los que el instinto no ha aprendido nada de la experiencia”. Cuando los individuos maduran, “son dóciles a los acontecimientos, moldeables a nuevos hábitos y sugerencias, incluso capaces de injertarlos en sus instintos originales”. La fase terminal es aquella en la que “la retentividad está agotada y todo lo que sucede se olvida enseguida: una vana repetición, porque no es práctica, del pasado sustituye a la plasticidad y la readaptación fecunda. En un mundo cambiante, la readaptación es el precio de la longevidad. Una cáscara dura, lejos de proteger el principio vital, lo condena a morir lentamente y gradualmente se enfría”.

En ese contexto, que se acerca más a la psicología y a la antropología, hay que explicar su reflexión, que se ha hecho tan famosa a costa de ser netamente falsificada: “El progreso, lejos de consistir en cambio, depende de la retentividad (…) y cuando la experiencia no se retiene, como entre los salvajes, la infancia es perpetua. Los que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo. (Those who cannot remember the past are condemned to repeat it)". No habla, pues, ni de los pueblos, ni de la historia, sino sencillamente del pasado y más bien considerado como experiencia directa e inmediata.

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