CARLOS G.MIRANDA. ESCRITOR
OPINIÓN

El timo de los planes de pensiones

Carlos G. Miranda.
Carlos G. Miranda.
CARLOS G. MIRANDA
Carlos G. Miranda.

Hace unos días me llamó mi padre contándome que en el banco ofrecían un nuevo plan de pensiones que me venía de perlas. Dejé en pausa la Wii y le recordé que me faltaban unos 30 años para jubilarme, pero me convenció de que el tiempo pasa volando y a saber en qué quedan las pensiones públicas. Este verano nos metió miedo en el cuerpo Andrea Schaechter, del FMI, al advertirnos de que, aunque España lo peta gracias a que el PP recorta hasta el infinito y más allá, las pensiones podrían fastidiarlo. Al Fondo Monetario Internacional le parecen demasiado generosas, en el 82,1% del último salario como media (en Alemania es el 37,5%). Para la mayoría de autónomos la cifra baja, aunque al final nadie tendrá ni para ir de viaje con el IMSERSO, ya que los expertos auguran pensiones de 500 euros para cuando los millennials cierren el chiringuito.

Para arreglar el desaguisado, el FMI propone que las pensiones suban sólo el 0,25% anual y que se alargue lo de currar hasta los 67 años. Según el INE, hay 3,5 jubilados por cada trabajador (cosas de los ERE) y a saber cómo acaba el tema, que tenemos hijos tarde y sin pasar de la parejita. Aunque la gran medida de Andrea, que escandalizó a la oposición y sindicatos, es que se mejoren los planes de pensiones privados, que no puede ser que la mayoría no hayamos empezado a ahorrar para la jubilación. Pregunté a amigos de mi quinta si tenían planes de pensiones, pero ni se los planteaban; los sueldos llegan para el alquiler, hacer la compra en Lidl, salir a principio de mes y pasarse el resto en casa viendo Netflix. Además, que se supone que llevábamos ahorrando desde que firmamos el primer contrato con las cotizaciones, ¿no? Pues, igual no, así que acabé en el banco preguntando por los planes de pensiones.

Me trataron fenomenal y hasta me llamaron joven, aunque fue un piropo con trampa, que les viene genial que contrates un plan en edad de jugártela. El dinero que metes se mueve (la opción sin riesgo no existe) y, con el paso del tiempo, puede engordar. También puede que te encuentres con menos de lo que metiste, pero la clave para evitarlo es viajar de un plan a otro siguiendo sus indicaciones. Me enseñaron unas tablas con porcentajes para explicármelo, frente a las que me limité afirmar como si de la peli de Wall Street me hubiera enterado de otra cosa que no fuera lo de que Charliee Sheen le levanta la novia a Michael Douglas.

Presté más atención cuando me dijeron que los planes de pensiones ayudan a evitar infartos al hacer la declaración porque tienen ventajas fiscales, aunque cambian según el ejecutivo. Montoro no deja meter más de 8000  euros al año (puse cara de “vaya por Dios”, pero creo que no coló) y a saber qué decide el mes que viene, aunque, en realidad, importa poco.

El pasado siempre vuelve y, cuando estés con artritis y al fin puedas sacar tu pasta (antes es difícil, a no ser que tengas incapacidad laboral, paro de larga duración, una enfermedad grave o te llegue el descanso eterno), Hacienda se llevará un buen pellizco. Más o menos, todos los que tú le pegaste antes, que el dinero del plan tributa como rendimiento de trabajo (da igual si te lo dejó tu tía abuela) y lleva colgando los descuentos. Me dijeron que el disgusto sería menor si rescataba el plan poco a poco y no de golpe, aunque ya no hice ni caso a las tablas con porcentajes porque me había quedado impactado con lo de que recoger mi dinero fuera un rescate. ¿Antes estaba secuestrado?

Total, que aunque me tentaron con un set de cuchillos de regalo (no fue una amenaza, creo), salí del banco sin plan de pensiones. Llamé a mi padre para contárselo, con los consecuentes “tú verás” y “ya eres responsable”. Le prometí que lo sería escribiendo esta crónica, para deciros a los que me leéis que tenemos un sistema que debería encontrar los mecanismos para mantenerse sin meterle mano a nuestro futuro. Recordaros que aquí no se pelea por el sueño americano, ese que si te faltan dientes se convierte en pesadilla. La Constitución dice que España es un Estado Social que nos tiene que proteger, ahora y dentro de treinta años.

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