No os engañéis ni dejéis que os engañen: en las guarderías no se aprende sociabilidad y en los colegios grandes se usan cuadernos cuadriculados porque es así como quieren formar/deformar desde el principio a vuestros hijos/pájaros. Empieza el curso y los lleváis –como yo llevé a los míos– con el corazón partío a ese gulag pintado de azul y rosa al que hemos llamado para tranquilizarnos 'jardín de infancia'. Pero vosotros y yo sabemos que no hay mejor jardín que el pasillo de casa, la cocina o ese cuarto de estar y ser en el que han ido creciendo y han aprendido a decir y a andar. Vosotros y yo sabemos que es un disparate despertar a unos críos con la urgencia absurda de casi la madrugada para abandonarlos después en un lugar extraño, da igual que sea un jardín o un patio enorme; y vosotros y yo sabemos de esa última mirada que nos lanzan entre suplicante y dolorosa mientras un par de lagrimones se asoman a sus ojos que no entienden. "En diez minutos, ni se acuerda", te dicen, pero se lo llevan corriendo por si las moscas.
Y cuando ya han hecho de la guardería su segundo hogar, cuando ya han pasado muchos 'diez minutos' y hasta han aprendido a ser medio felices, los volvemos a arrancar de su zona de confort —que dirían los psicólogos— para llevarlos a una escuela enorme, implacable, donde su yo se pierde en una masa de iguales a los que se les imponen deberes, exámenes, recreos por decreto, cinco kilos de libros en la mochila en la que antes solo había plumas de libertad y fantasía.
Todo esto es una conspiración del sistema que se esfuerza en endulzar la trágica verdad del abandono con patrañas educativas; hasta los medios están implicados y por estas fechas las teles sacan a niñas y niños que dicen que están deseando empezar el cole y encontrarse con sus amiguitos. Pero vosotros y yo sabemos que son monstruos o están pagados por la autoridad. Tal vez exagere o hable solo en nombre de mis propios recuerdos cuando la casa era el paraíso y la calle la enorme aventura de la libertad; tal vez sea eso. Pero desde mi ventana veo cada mañana –cada madrugada– bandadas de niños y niñas camino de la escuela, de la guardería, del colegio de uniforme, y la calle es entonces un ir y venir de vida hasta que dan las nueve –como mucho– y las aceras se quedan vacías, vosotros llenáis las oficinas y solo los viejos y las palomas pensamos estas cosas radicales.
Me despido y os ruego que no me hagáis mucho caso. En el Día del Padre y de la Madre os traerán una cartulina en la que os dirán que os quieren mucho. Y es verdad.
Un abrazo solidario,
Andrés Aberasturi.
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