Axl Rose recupera crédito y entusiasmo con sus Guns N' Roses en Vistalegre

  • El polémico cantante se resarce de su nefasto concierto de 2006.
  • Pese al vacío dejado por Slash, Duff e Izzy, el resultado fue muy digno.
  • Sebastian Bach, ex de Skid Row, ejerció convincentemente de telonero.
Axl Rose, en acción.
Axl Rose, en acción.
EFE
Axl Rose, en acción.

Caben tantas perspectivas distintas, tantas implicaciones sentimentales y tantos prejuicios en cualquier análisis medianamente cabal sobre los actuales Guns N' Roses que pocas veces la reseña de un concierto resultará más debatible, relativa. La megalomanía y los caprichos de Axl Rose, a la vez de convertirle en un gigante del rock and roll, resultaron decisivos para la progresiva desbandada de miembros originales, tales como Izzy, Slash y Duff. En la actualidad, sólo Dizzy Reed, teclista incorporado en Use Your Illusion, resiste el tipo. Espinoso y peliagudo asunto éste de las suplantaciones en un grupo tan evocador de emociones al filo y de melancolía como Guns N' Roses, tan especial, tan irrepetible.

Así pues, si concluimos que cualquier concierto de los actuales Guns N' Roses nace ya a priori limitado, lastrado y condenado a unas comparaciones de las que jamás saldrá airoso, el resultado puede ser excitante, como el del Rock In Rio en 2001. Puede ser lamentable, como el que ofreció en Madrid en 2006. O puede ser sorprendentemente digno, como el de ayer en el pabellón de Vistalegre, en el marco de una gira organizada por Rock N' Rock y que también les llevará a San Sebastián, Zaragoza y Barcelona.

Antes de que el frontman de Indiana apareciera junto a sus secuaces bajo los focos, la espigada figura de Sebastian Bach se ocupó de caldear el ambiente con una trepidante actuación basada en el grupo de su vida, Skid Row. El disco que grabó hace tres años, Angel Down, tiene sus momentos, sería absurdo negarlo, pero es difícil que este melenudo rubio vuelva a componer canciones con tanta capacidad de seducción como las que ayer acometió de su etapa junto a Dave The Snake, Rachel Bolan y compañía.

Slave To The Grind, ese misil de riff matador que iluminaba el segundo álbum del grupo, se encargó de abrir, y con ello Bach declaró intenciones y encogió corazones. Se avecinaba una tromba de clásicos de Skid Row, y los más nostálgicos del lugar se regocijaron. Lógico. Existió mucha diferencia entre esas canciones y cualquier otra. La citada Slave To The Grind, curiosamente, no sonó muy potente. La banda estaba aún cogiendo el tono al concierto. Cundo lo cogió, sin llegar tampoco a ofrecer nada que pudiera mirar de tú a tú a los conciertos clásicos de Skid Row, obsequió al público con interpretaciones bastante fieles, bastante solventes.

Aura y figura intacta

Pero, en cualquier caso, el protagonista absoluto fue Bach, que pese a sobrepasar los 40 años mantiene intacta su figura, su aura y sus tics heavies, más heavies que el demonio. Su voz, quizá no tan exuberante como antes pero a un nivel más que aceptable, superó el examen. Monkey Business, Here I Am, I Remember You y Piece Of Me fueron instantes a rescatar. Y la emocionantísima 18 And Life y Youth Gone Wild, ese himno generacional teñido de romanticismo y pasión, las cúspides de un adecuadísimo aperitivo a la llegada de Axl.

Con un poco de retraso, obviamente, otra cosa hubiera sido una traición a su legado, una absoluta decepción, se hizo la oscuridad, la avalancha de guitarras y efectos de Chinese Democracy comenzó a sonar y el azote de Warren Beatty emergió. Sin trenzas, algo pasado de peso, atestado de anillos, colgantes y abalorios, con una imagen y unos ademanes ligeramente afines al hip hop, con un cierto aura de millonario decadente, sin el esplendor físico de hace veinte años. Pero era él. Era Axl Rose.

Un Axl Rose que carece del magnetismo que lucía en las giras de la formación clásica. Pero hay que ser justos y admitir que tampoco era el ser ausente, abúlico y cariacontenido que se dejó en evidencia hace cuatro años.  Se le notaba atento, entusiasmado, enchufado. Y eso, hoy por hoy, lo es casi todo en este grupo.

Entrañable Stinson

Porque todos los músicos que lleva son más o menos competentes. Podemos destacar el carisma del entrañable bajista Tommy Stinson. También es perfectamente condenable el ansia de protagonismo que tiene Dj Ashba, un tipo que se defiende con la guitarra pero que resulta cargante y agobiante con sus posturas, sus carreras y sus poses, si bien es cierto que no es fácil suplir a un guitarrista tan portentoso como Slash y no  salir malparado. Es imposible, en realidad.

La actuación fue generosísima, alrededor de dos horas y media. Y  hubo de todo. Fue un concierto desigual, con altibajos, pero con lances bastante brillantes, sorprendentemente convincentes. Existe, hoy por hoy, una delgada línea entre la lucidez y la autoparodia en todo lo que rodea a Axl, pero ayer bailó sobre ella con estilo, entusiasmo y mucha fe. La mayoría de solos de guitarra e interludios instrumentales sobraron, por no decir todos, pero no rompieron la continuidad, y la sensación fue que el concierto estuvo bien ensamblado, y que fue de menos a más. Es decir, Axl fue de menos a más. Canciones antiguas y que han marcado a varias generaciones como Welcome To The Jungle, Sweet Child O'Mine, Rocket Queen o November Rain sonaron bien, frescas, intensas. Son composiciones tan desmesuradamente inspiradas que incluso en estas difíciles circunstancias funci0nan.

A Axl se le veía cómodo, suelto, con apetito para la redención.  No se puede decir lo mismo de las canciones del último disco, muchas de ellas correctas pero bastante menos memorables. Better fue la mejor de todas, posiblemente. También hubo tiempo para tres versiones tocadas con bastante acierto, con Live And Let Die (Paul Mc Cartney), Knockin' On Heaven's Door (Bob Dylan) y Whole Lotta Rosie (AC/DC). Para el final, evidentemente, guardó su habitual cartucho, una Paradise City donde Axl, insólitamente risueño y comunicativo, se despidió del público español crecidísimo, venido arriba, dando la sensación de que pocas veces había disfrutado tanto, pocas veces se había sentido tanto en su elemento. Quizá no había que enterrarle todavía. Quizá Axl aún tiene mucho que ofrecer. Son imprevisibles estos genios, son desconcertantes.

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