"Matar a un periodista sale barato: el 95% de los autores intelectuales queda impune"

  • Terry Gould investiga las vidas de siete periodistas asesinados.
  • 832 informadores han muerto de manera violenta desde 1992.
  • El 90% de los periodistas muertos en el mundo trataban temas locales.
El periodista de investigación Terry Gould, durante su visita a Madrid.
El periodista de investigación Terry Gould, durante su visita a Madrid.
JORGE PARÍS
El periodista de investigación Terry Gould, durante su visita a Madrid.

Terry Gould quería contar la vida de seis periodistas asesinados mientras trabajaban. Para informarse sobre dos reporteros rusos, Gould concertó una entrevista con Anna Politkovskaya. "El mismo día que aterricé en Moscú para hablar con ella, fue asesinada". Gould hizo una excepción en su lista de víctimas poco conocidas y colocó a la célebre reportera rusa en su lista.

Matar a un periodista (Los libros del lince, 23 €) es el resultado de cinco años de investigación en los que este neoyorquino residente en Canadá ha recorrido medio mundo para contar la historia de siete periodistas muertos en los países donde más informadores eran asesinados en aquella fecha. Salvo Politkovskaya, ninguno era conocido fuera de su ámbito; ninguno era un corresponsal de guerra de un medio internacional, eran periodistas locales que se habían enfrentado al sistema corrupto que gobernaba el lugar donde vivían. El 95% de los 832 informadores asesinados en el mundo desde 1992 eran periodistas locales.

"Hay dos tipos de periodistas: los que cuentan el qué, quién, dónde, cuándo y cómo y los que tratan de informar del por qué, del a quién beneficia", afirma Gould en su visita a Madrid. "Son los periodistas locales los que amenazan al poderoso, los que conocen a la gente que defienden con sus artículos y al enemigo que denuncian", explica, "A éstos les temen los poderosos, a los que no les pueden dejar trabajar".

Casos como el colombiano Guillermo Bravo Vega, Marlene García-Esperat -conocida como la "Erin Brockovich filipina"-, el bangladeshí Manik Chandra, los rusos Valery Ivanov y Alexei Sidorov y el iraquí Khalid W. Hassan. Todos ellos destaparon el sistema corrupto que gobernaba el lugar donde vivían. Todos fueron amenazados, a todos se les dió a elegir -"la plata o el plomo"-, todos elegieron seguir adelante y fueron asesinados.

Sin miedo a la muerte

"No eran santos, ni locos", asegura Gould tras haber visitado sus casas y hablado con sus amigos, familiares y enemigos: "Eran personas normales, todos tenían muchos defectos -Bravo Vega asesinó a un hombre de joven, Khalid fue despedido de la CBS por visitar con frecuencia páginas pornográficas de mujeres maduras desde su ordenador de trabajo-. Sin embargo, en un momento de sus vidas ocurrió algo que les hizo mirarse hacia sí y hacia su país y sintieron culpa, vergüenza o ira", explica. "Desde ese momento, decidieron hacer lo correcto aunque les costara la vida".

Esos momentos son muy diferentes según el caso: a Bravo Vega, al salir de la cárcel, el hijo del hombre al que mató le abordó con una pistola. El futuro periodista le dijo: "Mátame si quieres, pero si me dejas con vida, repararé el crimen cometido". Eso hizo hasta que un sicario le metió una bala en la cabeza: denunciar a la clase de hombres poderosos -como su propio padre- que desangraban y dominaban su ciudad impunemente.

"Anna Politkovskaya, después de años de obviar la guerra en Chechenia y dedicarse a informar de la élite rusa, decidió hacer un reportaje sobre los niños chechenos refugiados en Moscú que comenzaban el colegio. Hasta que alguien le dijo que a los niños chechenos no se les permitía ir al cole", explica Gould. Después visitó un centro de refugiados y vio el dolor de cientos de personas y "sintió vergüenza de su país y de su carrera".

Todos ellos aceptaron la posibilidad de ser asesinados y cuando les amenazaron diciéndoles que serían el siguiente en morir, todos contestaron algo parecido a lo que dijo la reportera rusa: "Seré la próxima, no voy a callar; eres tú el que debes parar".

"Los periodistas así suelen pedir un crédito al banco, comen sólo arroz, duermen en un jergón, prescinden del agua caliente y se pasan años trabajando en la pobreza y acaban con buenas historias", explica Gould y se refiere a sus siete protagonistas y a sí mismo. "Así viviste tú también durante cinco años", añade su editor en referencia a su investigación para este libro. Aunque eso sí, él no aceptó el riesgo de morir y, aunque fue amenazado, tomó las debidas precauciones en sus visitas a estos países.

"Matar a un periodista sale barato, los responsables salen impunes en muchos de estos países", afirma Gould y vuelve a tirar de estadísticas: el 95% de los autores intelectuales de estos crímenes contra la prensa o sus instigadores esquivaron la cárcel. Eso, sin contar que las causas que ellos denunciaron pocas veces tuvieron solución o final feliz.

Asesinados por informar

Gould visitó Irak para conocer la historia de Khalid W. Hassan, un periodista asesinado que trabajaba para la agencia de The New York Times en su país. Recientemente se ha conocido que Irak es el conflicto más mortífero para la prensa desde la Segunda Guerra Mundial -230 informadores o colaboradores muertos desde 2003-, según un informe de Reporteros Sin Fronteras. El 87% de ellos eran iraquíes. Pocos medios internacionales destacaron ese dato y casi ninguno de esos casos trascendió, a pesar de que muchos trabajaban para medios occidentales.

"Mi impresión cuando viajé a Irak es que a estos iraquíes los medios occidentales les brindan la misma protección que a sus reporteros occidentales durante sus horas de trabajo. Sin embargo, cuando terminan el trabajo, los occidentales vuelven a sus hogares en zonas muy protegidas como la Zona Verde de Bagdad y los iraquíes se marchan a sus casas en barrios dominados por la insurgencia donde están marcados como objetivo", explica, "Los medios deberían proteger a estos periodistas durante 24 horas como lo hacen con los otros", exige.

Aunque con Matar a un periodista, Gould se ha centrado en países conflictivos y corruptos (donde más informadores mueren al denunciar las relaciones entre crimen y poder) este periodista no olvida a los informadores muertos en el primer mundo: cita a periodistas asesinados en Canadá y EE UU, a los españoles José María Portell y José Luis López de la Calle -asesinados por ETA en 1978 y 2000, respectivamente -, a la irlandesa Verónica Guerin -asesinada por narcotráficantes en 1995- o al griego Sokratis Giolias -asesinado en julio de este año-.

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