El cineasta Ken Loach lleva a Cannes su particular visión de la guerra de Irak

  • 'Route irish' narra la muerte de un mercenario inglés en Bagdad.
  • La coreana 'Poetry' y 'My joy' de Ucrania no apasionan a la crítica.
Ken Loach, vencedor en 2006 con 'El viento que agita la cebada'.
Ken Loach, vencedor en 2006 con 'El viento que agita la cebada'.
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Ken Loach, vencedor en 2006 con 'El viento que agita la cebada'.

Ha llegado tan a útima horal, que su nombre no aparece ni en la lona que preside la entrada a la sala Lumiere y gobierna la alfombra roja por la que día sí, día tambien, van desfilando las estrellas de este festival de Cannes. Hablamos de Ken Loach, vencedor en 2006 con El viento que agita la cebada y que este año ha conseguido colar a última hora Route irish, su personal visión de la guerra de Irak en la sección oficial a concurso.

Después del paréntesis de Buscando a Eric, Loach vuelve a las andadas con el cine sociopolítico que tanto le gusta y que vuelve a dejar buen sabor de boca, pese a la dureza de la historia, al finalizar la sesión. La historia de Route irish retrata a un soldado y mercenario británico ya retirado que se entera de la muerte de su mejor amigo, también mercenario, en Bagdad pero que se niega a creer la explicación oficial, por lo que decide investigar las causas de la muerte por sí mismo.

Nada en Route irish es lo que parece. Como dice uno de sus protagonistas, "ellos [los soldados sobre el terreno] siempre ganan" y en la cinta de Loach los tiros van en esa dirección. Menos para el protagonista, que se dedicará a llamar a todas las puertas y a utilizar todos los medios posibles, todos, para dar con una respuesta que llene el vacío que ha dejado la desaparición de un ser querido. Como suele acostumbrar, Loach narra de forma dura, áspera y sin concesiones a la galería.

Aspirantes y decepciones

La coreana Poetry es una de esas películas que si bien no entusiasman al acabar la proyección dejan el regusto a convertirse en un candidata a rascar algo en la entrega de premios. Para algunos posee un guión sólido, otros destacan la gran labor de la protagonista. Los que no dan un duro por ella comentaban a la salida, los aciertos de una cinta que se pierde por su falta de ritmo en algunos momentos.

El cansancio empieza a hacer mella entre los corresponsales y esa sensación se ha acentuado durante la proyección de My joy. Una producción que ha llegado de Ucrania y que, contra lo dictan los cánones de la sección oficial de Cannes, se ha colado entre las elegidas para luchar por la Palma de oro a pesar de ser la ópera prima de su director, Sergei Lusnitza.

La idea de My joy es más que interesante. A ojos de un conductor, en ruta poro Rusia, su director traza un retrato de la sociedad rusa contemporánea, salpicada con personajes secundarios que ponen cara y ojos a la composición de Lusnitza. La pega, gran pega, es que el estilo de Lusnitza se acerca más al cine contemplativo: interminables planos en los que no sucede nada se repiten en dos horas de metraje que se acabaron haciendo insoportables para unos cuantos asistentes que incluso la abuchearon, un hecho no muy frecuente, al finalizar la sesión.

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