El trapicheo de droga en Madrid se concentra en una veintena de puntos

  • Hay más de 200 camellos fichados en la capital.
  • Son jóvenes veinteañeros, españoles y africanos.
  • Los agentes los vigilan y los detienen, pero salen libres porque es difícil probar que trafican.
Un joven se fuma un porro en la plaza de la Corrala (Lavapiés), uno de los principales focos de trapicheo de droga de la capital.
Un joven se fuma un porro en la plaza de la Corrala (Lavapiés), uno de los principales focos de trapicheo de droga de la capital.
JORGE PARÍS
Un joven se fuma un porro en la plaza de la Corrala (Lavapiés), uno de los principales focos de trapicheo de droga de la capital.

Conseguir una dosis de cualquier droga en Madrid es tan sencillo como ir de compras. No hace falta ir a los poblados marginales de las Barranquillas o la Cañada Real. Basta con acudir a alguno de los 20 puntos de trapicheo que la Policía tiene localizados en la capital. "Casi todos los distritos tienen una plaza o una calle donde se compra droga; se concentran, sobre todo, en el sur y el centro", cuentan fuentes de la Policía Municipal dedicadas al control del narcotráfico.

<p>Venta de droga en Madrid</p>Son lugares donde los consumidores pueden encontrar estupefacientes a cualquier hora, cualquier día de la semana y en menos de cinco minutos. Los agentes tienen controlados a más de 200 camellos (traficantes a pequeña escala) en la capital.

"Son de sobra conocidos, los tenemos localizados y sabemos a qué se dedican, aunque disimulen", según un agente nacional del SUP.

La mayoría de los que venden cocaína, hachís y pastillas son jóvenes de 20 a 25 años, españoles o africanos (magrebíes y subsaharianos). Mientras, los traficantes de heroína (menos consumida) suelen ser drogodependientes y rondan los 35 años.

La Policía despliega operativos especiales en las zonas más conflictivas para intimidar a los vendedores y los consumidores. Por ejemplo, los alrededores de la plaza de Lavapiés están tomados por los agentes: dos coches patrulla apostados en la plaza, otros tres dando vueltas por el barrio y policías a caballo.

Agentes camuflados

Además de éstos, hay policías que no se ven: unos 240 agentes vestidos de paisano o disfrazados vigilan a los camellos. "Ellos son los que realmente actúan. Se camuflan para seguirlos, saber dónde guardan la droga y, sobre todo, para pillarlos en pleno intercambio de dinero y droga", explican los agentes municipales.

Su papel es crucial, ya que la única forma de inculpar a los traficantes es probar que ha habido transacción económica. Los camellos suelen llevar encima pequeñas cantidades de droga para alegar consumo propio si la Policía les registra.

El resto de la sustancia la esconden en papeleras, portales o jardines. Con ese truco evitan una causa penal y sólo se les puede sancionar económicamente por posesión de droga en vía pública. "Lo difícil es demostrar que trafican, de nada sirve que tengan la droga encima".

"Si buscas, encuentras fácilmente"

Las calles de Lavapiés parecen en estado de sitio. Sin embargo, conseguir droga es sólo cuestión de minutos. Concretamente, tres minutos, como comprobó este diario este martes.

Encontrar un camello es cuestión de perseverancia: "Si buscas, encuentras fácilmente. Preguntas a uno y a otro si tienen hachís y no tardas en encontrar a alguien", explica un joven que se identifica como "consumidor habitual". La palabra clave es "hachís". Al decir esa palabra, el traficante se delata y pide al posible cliente que le siga.

Con gestos y miradas cómplices, el camello indica el camino a seguir. Todo con disimulo para no alertar a la Policía. Una vez metidos en un callejón, lejos de la mirada de los agentes, el traficante pregunta: "¿Cuánto?". Y el posible cliente contesta: "Diez [euros]".

En ese momento no lleva encima la droga. Para conseguirla va hacia una tienda de alimentación regentada por magrebíes. Allí es donde esconden todo, una tapadera. "Aquí nos conocemos todos, ellos también venden hachís y me ayudan. Somos una familia", dice el camello.

Tres minutos después del primer contacto, llega el momento de la compra. Él ofrece la pieza de hachís, nosotros nos echamos atrás: "No, gracias. Una pregunta... ¿qué te ha llevado a vender droga?", le preguntamos. "Tengo que ganarme la vida, no hay trabajo, no hay dinero, así puedo comer", dice el traficante, bien vestido y con móvil de última generación.

No le hace gracia no conseguir la venta: "¿Pero quieres o no? ¿Eres policía? No tengo tiempo para preguntas", dice, y se da la vuelta calle abajo. Vuelve a la plaza, a seguir haciendo la ronda diaria.

El último eslabón de la cadena

Los traficantes que se dedican al menudeo de droga son sólo el último eslabón de la cadena del narcotráfico, el paso final hasta el consumidor.

Pero a la Policía le preocupan más los traficantes a gran escala que se esconden detrás: los que traen la droga desde América del Sur, África y Oriente Medio; los que la introducen en Madrid; los que la tratan en laboratorios clandestinos; y los que la distribuyen a los camellos para que la lleven al consumidor.

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