Marie Curie: una santa laica para la ciencia

  • La científica, ganadora de dos premios Nobel, fue un ejemplo de inteligencia, tesón y modestia.
  • Junto a su marido, Pierre, aisló el radio, gérmen de la radioactividad.
  • Llegó a ocupar una cátedra en la Sorbona y un sillón en la Sociedad de Naciones durante el período de entreguerras.
Marie Curie, en su laboratorio de París.
Marie Curie, en su laboratorio de París.
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Marie Curie, en su laboratorio de París.

Hay vidas irremediablemente condenadas a ocupar el lugar del mito. ¿Que quieren un modelo romántico de abnegación en el trabajo? Fíjense en Marie Curie. ¿Que quieren una guía del espíritu ilustrado feminista? Fíjense en Marie Curie. ¿Que quieren un ejemplo, en fin, de responsabilidad moral del científico? Fíjense en Marie Curie.

La biografía de esta ilustre hija adoptiva de Francia es un ejemplo de cómo la solemnidad de la ciencia y la timidez de espíritu no son obstáculos para el reconocimiento y el éxito mundiales.

Nacida en 1867, en la Polonia sometida a la Rusia zarista, desde muy joven Maria Sklodowska hizo valer su componente genético, una inteligencia viva y una predisposición a la ciencia que la condujeron, con solo 23 años, a las privilegiadas aulas de la Sorbona.

Por aquel entonces, París había perdido ya parte de su impulso como baluarte internacional de la ciencia, aunque todavía era una referencia primordial. Fue allí, en un territorio casi exclusivamente masculino y en medio de unas precarias condiciones personales, donde esta joven de aspecto espartano desarrollaría su particular historia de amor con la física y la química.

En 1894 conoció a quien sería su marido y compañero de trabajo durante los siguientes 12 años, Pierre Curie, un reputado científico francés que no dudaría un momento en aparcar sus investigaciones para ayudar a su mujer en el estudio exhaustivo de los rayos emitidos por los compuestos de uranio y de torio. La pareja sospechaba que la “fosforescencia invisible” descubierta por Becquerel escondía todavía algún secreto, y ninguno de los dos estaba dispuesto a renunciar a su descubrimiento.

Así fue como, tras cuatro años de metódico trabajo, los Curie lograron aislar el radio, un nuevo elemento químico que resultó ser el principal causante de la radiactividad. Y fue en ese momento cuando el merecido éxito científico y las renuncias personales de una vida de sacrificios, sobria y desinteresada, empezaron a fabricar la leyenda de la santa más laica del siglo XX y quizá de la historia de la ciencia.

Desde entonces: dos premios Nobel, la muerte inoportuna y absurda de Pierre, la educación de dos hijas, un escándalo de faldas infamante, las "petit curie" (un ruido filantrópico de sirenas durante la primera guerra mundial), el sillón en la Sociedad de Naciones, la cátedra en la Sorbona, los paseos junto a Albert Einstein...

Marie Curie fue hasta su muerte en -una venganza cruel de su propio descubrimiento- ejemplo del prestigio social de la ciencia y leyenda de la emancipación femenina. Como cualquier heroína que se precie, no estuvo a salvo de hagiografías. Apenas importa.

Pocos buscaron menos la gloria y a pocos les resultó menos indiferente. Para ella las palabras del filósofo Julien Benda, su contemporáneo: "El precio de una educación racionalista es que casi toda la especie humana se le vuelve a uno extraña".

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