Ayer se celebró el Día de la Animación: felicidades a Mickey Mouse, Los Simpson y una industria española que logra sobrevivir. No sólo eso: estrena películas y sus series televisivas triunfan en el extranjero. Películas como El Cid, Nocturna o Donkey Xote hacen de Filmax una referencia en el sector.

Paco Rodríguez, productor ejecutivo de la empresa, cree que la situación "es buena. Es difícil competir con EE UU, pero hay mercado. Una película decente da una taquilla decente". Pero esa "decencia" es arriesgada. El presupuesto de un largo animado triplica, como mínimo, el de una producción normal, lo que obliga a coproducir con el extranjero. Para Rodríguez, ésa es la única opción: "Sin dinero y calidad no puedes competir".

La ambición como seguro

Manuel Cristóbal, Secretario de la Asociación Europea de Animación, coincide en que la exportación es la mejor salida. "Quien cree que puede sobrevivir con una película local se equivoca", afirma.

Conclusión: hay que ser ambicioso. Como Ignacio Pérez Dolset, director de Ilion Pictures, que ultima la superproducción Planet 51. Con más de cincuenta millones de presupuesto y ya vendida en EE UU, su objetivo es "competir con los mejores. Los españoles somos creadores visuales natos. Hay mucho talento, sólo hay que industrializarlo".

El veterano realizador Cruz Delgado también es optimista. "Es cierto que la inversión previa es mayor y a más largo plazo que en el cine tradicional, pero la vida comercial de la animación es más larga. Todo el mundo sigue recordando a Mickey Mouse y comprando DVD de Heidi. La animación es rentable".

Los mayores elogios se los llevan los profesionales. Pozo explica cómo muchos animadores locales "aprenden, trabajan, evolucionan y cogen experiencia. Sólo falta que la producción se mantenga y la gente no tenga que irse a trabajar fuera". María Luisa Martínez, autora del libro El largometraje de animación español: análisis y evolución, coincide. "Se trabaja con ganas e ilusión, lo que dará frutos".

Escaso apoyo estatatal

La televisión se enfrenta a nuevos retos y formatos. Adiós al público infantil que se sentaba media hora para ver dibujos: ahora imperan series de hasta 100 capítulos, pero de cinco o siete minutos. Se consiguen presupuestos más bajos y más fácil acceso a ventanas como Internet.

Según explica Carlos Biern, director de coproducciones de BRB, "ahora las series cuentan con elementos interactivos. La digitalización del proceso creativo permite pensar en cortos destinados a YouTube y, en tres o cuatro años, los niños podrán conectarse y no sólo ver dibujos, sino también jugar con ellos".

Pero, ¿quién dijo crisis?

En el último Mipcom, la feria audiovisual más importante del mundo, España no notó la crisis: las ventas crecieron un 30% gracias a la animación, un éxito que no se corresponde con un apoyo estatal. La última Ley del Cine exige que las televisiones públicas apoyen a las series de animación, algo que sólo parece cumplirse en Cataluña.

El problema es el de siempre: las audiencias. Se emite menos programación infantil debido a unas cadenas públicas demasiado pendientes de la publicidad. La necesidad imperiosa de atraer espectadores hace descartar programas infantiles que, por su propio carácter, convocan menos espectadores que una serie adulta o destinada para toda la familia.

Cristóbal, habitual en todas las convocatorias internacionales, lo resume así: "las productoras extranjeras llegan con el respaldo de sus televisiones. Las empresas españolas, grandes y eficaces, no tienen a nadie detrás".