El oro, un homenaje a Amparo y Mendo

A Samuel Sánchez (Oviedo, 1978), nuevo campeón olímpico de ciclismo, le llovieron muchísimas críticas tras el pasado Mundial de Stuttgart (Alemania). En los últimos 15 kilómetros se formó un grupo y él, pensando en las opciones de Óscar Freire, logró conectar. Marcaje. Atrás no había reacción. ¿Esperar o lanzar la carrera? Samuel, un potente corredor que también tiene ambición por ganar, la lanzó en una bajada. Su conato ofensivo no tuvo éxito y, al final, un quinteto pasó al ataque. Samuel Sánchez se quedó en tierra de nadie. Demasiado impulsivo, le decían.

Las lágrimas de Samuel Sánchez en lo más alto del podio de Pekín no eran por enterrar con un gran triunfo aquellas críticas, no eran una redención. No. Eran un homenaje doble. Cada mirada al cielo era una dedicatoria a la memoria de Amparo, su madre, que falleciera en 2000 víctima de un cáncer. Cada lágrima, con permiso para su mujer Vanessa (con la que tiene un hijo), iba destinada a aquella que siempre le animó para que cumpliese su sueño de ser ciclista profesional. En esa persecución Samu tuvo que dejar su casa y emigrar al País Vasco para crecer en aficionados (1997) y emerger en profesionales de la mano de Miguel Madariaga. Con él debutó en profesionales en 2000. Y con él, en el Euskaltel-Euskadi, sigue.

Pero también recordó a Mendo, como se conocía a Julio Álvarez González, el que fuera presidente de la Federación Asturiana de Ciclismo e impulsor y mecenas del ciclismo en Asturias, quien falleció en febrero víctima de un infarto. Para él, durante varios momentos, tuvo palabras de recuerdo. Las de Amparo están grabadas en el alma.

En 2007 logró tres etapas de la Vuelta a España y se subió al tercer cajón del podio final, tras el ruso Menchov y Carlos Sastre. “Esto es la leche”, bromeaba el asturiano por entonces. Pekín habrá cambiado su concepto de “la leche”. Era un sueño que mantenía desde comienzos de la temporada y por él, incluso, renunció a la Vuelta y pensó en el Tour de Francia como preparación. Acabó séptimo en la ronda gala y se fogueó para la gran cita.

Un año antes, en 2006, fue el culpable de que Alejandro Valverde lograse el bronce en el Mundial de Salzburgo (Austria). El asturiano, en un movimiento táctico impecable, se puso en cabeza en una zona técnicamente difícil y le gritó al murciano: “Ponte a mi rueda y no te sueltes”. Eso hizo Valverde y logró medalla tras el italiano Bettini y el alemán Zabel. Samu, que esa misma temporada ganó el Gran Premio de Zúrich (Suiza), fue cuarto y demostró un dominio absoluto de la bicicleta que alcanza casi la perfección en los descensos. Un dominio inspirado en otras dos ruedas.

Y es que Samuel siempre ha destacado su afición a las motos. Su padre tenía un taller de motos y le metió el gusanillo; pero también era cicloturista y, del mismo modo, le sedujo con la bicicleta. Con 10 años ya tenía su bici. Comenzaba una carrera cuyo techo, de momento, ha llegado junto a la Gran Muralla. Llora Samuel y mira al cielo.

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