Poco se conoce de Jaime Rosales, director que hasta hoy ha pasado de puntillas por el panorama del celuloide y que únicamente cuenta con dos películas en su filmografía: Las horas del día, estrenada en 2003, y La soledad, película experimental y de mínimo presupuesto con la que ha sorprendido en los Premios Goya logrando tres galardones, dos de ellos a la mejor dirección y a la mejor película.
Licenciado en Empresariales y gran admirador del trabajo de otros cineastas como Robert Bresson Yasujiro Ozu, Jaime nació en Barcelona en 1970 y vivió tres años en Cuba. Allí estudió en la Escuela Internacional de Cine y Televisión, y posteriormente completó su formación cinematográfica en Australia. Sin duda, dará mucho que hablar.
¿Dónde nace La soledad?
La idea inicial nace de dos polos. El primero es el emocional, y está relacionado con la fragilidad de la vida y el nacimiento de mis hijas. El otro es más formal: como artista, busco siempre nuevas formas de percepción, y con la polivisión creí haber encontrado una herramienta expresiva que aumentaría la emoción del relato.
Por un impulso, por algo muy intuitivo. Es un método muy interesante para trabajar el espacio, que junto al tiempo es uno de los dos grandes bloques que componen el cine. La polivisión añade expresividad a las escenas en las que los personajes, pese a quererlo, no consiguen estar juntos. Comparten plano, fotograma, pero la pantalla partida les divide: muestra el dolor que produce el saber que es imposible seguir amándose por mucho que uno lo intente.
Son pura ficción, aunque por supuesto hay frases y momentos vividos en primera persona. También hay más de un detalle escuchado en conversaciones de bar. Que no sean iguales a mí no impide que me identifique con todos ellos, sobre todo en sus aspectos negativos.
La realidad es lo que me estimula a hacer cine. Cuando ocurrió el 11-M estaba en París y, en el acto, supe que algo de lo ocurrido tenía que aparecer en mi próxima película. Me estimula dejar una marca del tiempo que he vivido, me fascina observar la realidad, reinterpretarla y reorganizarla.
Está todavía en su infancia, queda muchísimo por experimentar, pero el cine es ya el medio más fiel de reproducir la realidad. Pero no basta con colocar una cámara, sino que después hay que recapacitar sobre todo lo filmado.
Hemos pasado tiempos oscuros, deprimentes, pero soy optimista. Se ha dado una fuerte degradación de los valores, y hemos llegado a una sociedad muy alienada, donde el individuo es una simple mercancia. Pero las cosas están cambiando: el auge del movimiento ecologista, la candidatura de Obama en EE UU, son signos de transformación. Confío en que la situación cambie, y que el cine ejercerá un papel relevante en todo ello. Me gustaría que lo ocurrido con mi película estimule a otros directores, para que hagan las cintas que ese cambio necesita.
La vida es muy frágil pero tiene una fuerza extraordinaria. Es capaz de superarlo todo, y así es también la humanidad: comete grandes errores pero tiene la suficiente energía como para superarlos. Tras la catástrofe viene el Renacimiento, tras los abusos se recuperan valores y, tras la crisis espiritual -no hablo de religión-, vendra algo opuesto a ese consumismo brutal.
Hay algo muy bueno en esa transformación: el intercambio entre Oriente y Occidente. En cada cultura hay aspectos negativos, pero también se extraen los más positivos. De Asia recibimos influencias estéticas, culturales o morales muy buenas, y también nosotros les aportamos aspectos beneficiosos a ellos.
En los últimos tiempos ha habido un bache: nos hemos quedado sin líderes. Nadie ha aglutinado la credibilidad suficiente, ni ha generado una adhesión universal. Los políticos cada vez tienen más presencia mediática, que no han aprovechado para proponer grandes soluciones. Será importante, para los tiempos que vienen, el resurgimiento de esos nuevos líderes, que quizá procedan de otros ámbitos que no sean la política. Serán líderes más carismáticos, más fuertes y más innovadores: no podemos pedirlos a la carta, pero en muchas partes del mundo existe el caldo de cultivo para que surjan.
El primer paso está dado: existe la conciencia de que hay un problema. Aunque no tenemos muy claro qué hacer, sí hemos entrado en una dinámica diferente, en la que nos preguntamos qué ocurrirá si consumimos menos, si cambiamos las reglas de la economía mundial o si pensamos en un mundo diferente. Creo que no es demasiado tarde, pero también reconozco no saber exactamente cómo llevar toda esta ideología a la práctica.
También a mí, a veces, me gusta evadirme y ver una película de James Bond. Pero eso no impide que me pare a pensar en que la humanidad es un gran proyecto colectivo, que se mueve como un inmenso ser viviente al que todos aportamos algo,por muy pequeño que sea. La investigación, la política, el cine... cada uno contribuye de algún modo, relacionándose los unos con los otros. Esa enormidad transmite la sensación de que nada avanza, pero hay cosas que sí experimentan un giro. Espero que el cine, mi cine, pueda jugar un diminuto papel en todo esto.
Entre ambos escenarios hay una diferencia muy grande: el ritmo. El de la ciudad es tremendamente artificial, generando una agresividad que nos es ajena. En el campo hay un ritmo más afín al ser humano. Pero la solución es compleja: confío en que encontremos una manera de vivir intermedia, porque evidentemente hay algo que no va por el buen camino: violencia de género, agresividad al volante, bandas callejeras, miseria...
Sufro de muchas maneras... Mi faceta artística, por ejemplo, me crea la angustia de no saber si mi obra tiene la calidad suficiente, a lo que respondo con una euforia excesiva que me lleva a creer que conseguiré cambiar el mundo. En ese sentido soy un tobogán constante. En otros aspectos, soy muy sensible al sufrimiento de los demás. Cuando ocurre una desgracia como la del 11-S me quedo consternado durante días, pero también me acongoja el sufrimiento de millones de personas anónimas. Por lo menos, esa sensibilidad hacia lo malo también se da hacia lo bueno: cuando ocurre algo maravilloso lo vivo con muchísima intensidad. Desde que le haya pasado algo bueno a un amigo hasta que mi equipo gane la Copa de Europa.
Creo que en el conocimiento de toda experiencia humana ajena hay más de positivo que de negativo. Al ver los problemas de los demás acumulas, por supuesto, un poco de negatividad, pero cuánta más gente conoces, más viajas, más descubres, más se inclina la balanza hacia lo positivo. Cuánto más se sabe, se lee y se ve, más feliz puede llegar a ser uno.
No tenemos que sentirnos culpables por vivir en una sociedad acomodada: lo que me haría sentir culpable sería, en esas condiciones tan seguras, no vivir con optimismo. Debe disfrutarse de ese privilegio, a la vez que se intenta ayudar a los demás haciendo un determinado cine, educando mejor a tus hijos o ayudando, simplemente, a alguien con quien te has cruzado por la calle.
Porque conecta con la problemática cotidiana de mucha gente. Aunque en un circuito muy confidencial, la película tuvo muy buena acogida, al igual que en mercados internacionales. Veremos qué pasa otros años, pero sería bonito que en próximas ediciones de los Goya se siga premiando a películas "de autor", aunque otras, como
Cada uno, probablemente, sacará una conclusión diferente: hay a quien le ha gustado mucho y otros a los que no les gustó nada. Sí puedo decir que, en mi opinión, es una película muy original, que no se parece a nada rodado hasta ahora. Espero que ahora, con la promoción de los Goya, se reestrene en condiciones, el público vaya a verla y se acostumbre a este tipo de cine.
Comentarios
Hemos bloqueado los comentarios de este contenido. Sólo se mostrarán los mensajes moderados hasta ahora, pero no se podrán redactar nuevos comentarios.
Consulta los casos en los que 20minutos.es restringirá la posibilidad de dejar comentarios