El espíritu del 77

Los preparativos de la conmemoración del 30 aniversario de las primeras elecciones democráticas, que se celebra mañana día 15, han sido un sarcasmo para ese espíritu que se pretendía evocar.
Los españoles, a las urnas en 1977. (Efe).
Los españoles, a las urnas en 1977. (Efe).
Los españoles, a las urnas en 1977. (Efe).
Distraídos con ese canto a la unidad contra el terrorismo que nuestros dos tenores favoritos, Zapatero y Rajoy, interpretaron este lunes con voz de falsete, apenas si se ha reparado en que este viernes se cumplen 30 años de las primeras elecciones democráticas, uno de los primeros hitos de aquello que dio en llamarse Transición y que, en realidad, con sus virtudes y defectos, fue un gran acuerdo nacional para conquistar la democracia sin hacernos daño. La recuperación del consenso entre Zapatero y Rajoy en la semana de este aniversario podría haberse llegado a interpretar como una curiosidad histórica de no haber sido porque los preparativos de la propia conmemoración, que tuvo lugar ayer en el Congreso, han sido un sarcasmo para ese espíritu del 77 que se pretendía evocar. Por decirlo claramente, la organización del acto que trata de ensalzar las virtudes del pacto ha estado a punto de acabar como el rosario de la aurora, porque en estos tiempos eso de ponerse de acuerdo se lleva menos que los pantalones de campana.Todo empezó la semana pasada en la Junta de Portavoces del Congreso, un órgano que reúne a representantes de los diferentes grupos políticos para organizar los trabajos y actividades de la Cámara. En puridad, la celebración del homenaje no hubiera requerido el pronunciamiento de la Junta, pero el presidente Manuel Marín entendió que no estaba de más hacer partícipes a los grupos y tentó a la suerte con su temeridad acostumbrada. Marín explicó el programa previsto, que además del homenaje a los 17 diputados y senadores que lo fueron en la primera legislatura y que aún siguen en activo, incluía un discurso del Rey, unas palabras que pensaba pronunciar él mismo y una alocución del presidente del Gobierno. Este último punto fue el origen  de las fricciones. Ausente Eduardo Zaplana, el diputado del PP Jorge Fernández Díaz manifestó que a Zapatero no se le debía dar vela en aquel entierro porque en los actos en los que interviene el Rey lo suyo es que el presidente haga mutis por el foro.

Entre los aspavientos de Marín, que para ser el presidente del Congreso y estar obligado a asumir un papel institucional lleva fatal la cohabitación con el PP, Fernández Díaz subrayó que si, finalmente, hablaba Zapatero habría que habilitar otros turnos, especialmente el de su líder Mariano Rajoy, que también se merecía su parte alícuota de protagonismo.

Siguieron varias intervenciones de lo  más variopinto. Joan Tardá, en nombre de Esquerra, dijo que 30 años después había llegado el momento en que se reconocieran los déficit de la Transición, en alusión a que su propio partido no había podido presentarse con su nombre a aquellas elecciones porque incluía el término «republicana» en su denominación, y aquello en el año 77 era como mentar la bicha. Tardá no llegó a explicar qué reconocimientos consideraba imprescindibles, habida cuenta de que, por principio, Esquerra jamás acude a ningún acto en el que esté presente el Rey y, además, echa espumarajos con la decisión de bautizar una sala del Congreso con el nombre de Fraga.

Para rematar la faena, la diputada de IU Isaura Navarro dio réplica al PP afirmando que a su grupo le resultaba más pertinente la intervención del presidente del Gobierno, con independencia de su signo político, que la del propio Rey, porque, al fin y al cabo, se trataba de homenajear a los representantes del pueblo y el presidente, al que elige el Congreso, es uno de ellos. La diputada mostró además su rechazo a la proyección de un vídeo producido por la Cámara, titulado 15-J: 30 años después, en el que se ensalza por encima de todo la figura del monarca. Fuentes de IU indicaron a 20 minutos que ha trasladado esta opinión a la Casa Real «por los canales habituales» y que Zarzuela ha mostrado su comprensión.

El desenlace del embrollo tuvo lugar el martes en otra reunión de la Junta de Portavoces. Posiblemente tras evacuar consultas con Zapatero, que no está para líos, Marín explicó que la Presidencia del Congreso había tomado la decisión de dar satisfacción al PP y eliminar del programa el discurso del presidente del Gobierno. Los representantes del PP, entre ellos Zaplana, Fernández Díaz y Miguel Ángel Cortés, pidieron a Marín que explicara cómo quedaba definitivamente el acto, pero el presidente de la Cámara, un diplomático con muy poco tacto, quiso despacharles con displicencia, asegurando que recibirían por sms el programa definitivo. Lógicamente, los del PP montaron en cólera y tacharon de indignante que se tomara el pelo de esa manera a la Junta de Portavoces. «Son ganas de Marín de tocar las narices», aseguraba a este diario el representante de uno de los principales grupos de la Cámara. En resumen, si las pretensiones de unos y otros se hubieran materializado, los más de mil invitados hubieran llegado  a partir de las seis de la tarde al Congreso. Algo más de una hora después lo hubieran hecho los Reyes y el Príncipe de Asturias. A las siete y media, los Reyes hubieran saludado en el Salón de los Pasos Perdidos a los ex presidentes del Gobierno, a los ex presidentes del Congreso y del Senado, a los ponentes de la Constitución y a los 17 supervivientes políticos de aquellas primeras elecciones libres.

Luego se habría tomado la tradicional foto de familia antes de dar comienzo al acto propiamente dicho, que hubiera consistido esencialmente en escuchar el himno nacional, apoyado si cabe en el chunda-chunda habitual, en escuchar a Marín unos minutos y de vuelta a sus respectivas casas –donde ya estarán los diputados de Esquerra y del PNV– o a los canapés, que están muy ricos. El espíritu de la Transición ni está ni se le espera.

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