La fijación del artista valenciano por los exteriores y su devoción por la familia se unen en las constantes imágenes de la playa. La pintura de Joaquín Sorolla (1863-1923) atrapa al espectador como un destello, la luz mediterránea y la vivacidad de las escenas expresan felicidad y placidez y asombran por la destreza técnica con que el pintor supo contener tanta vida sobre un lienzo.

En los dibujos hay pistas esenciales sobre la elaboración de la obra pictórica, pero los modestos trabajos sobre papel no se limitan a ser versiones previas del resultado final, en muchos de ellos se descubren testimonios con personalidad propia. Con la exposición Sorolla. Trazos en la arena, en cartel hasta marzo, el Museo Sorolla de Madrid indaga en la importancia creativa de los dibujos con una colección de piezas poco conocidas del maestro de la luz.

Los organizadores defienden que "las inquietudes esenciales, la estética y los retos" se reflejan "en ambas vertientes". Los dibujos complementan a la pintura, tienen motivaciones comunes, pero obligan a Sorolla a expresarlas de manera diferente. Por la condición de símbolo que alcanzó el mar en su producción, la muestra selecciona precisamente dibujos consagrados a ese entorno al que supo dar la condición de místico.

Es la primera gran muestra centrada en la faceta gráfica de Sorolla y cuenta con 90 dibujos, 28 cuadros vinculados de algún modo a ellos y 33 "notas de color" (trabajos a lápiz o carboncillo con detalles al óleo). Para la ocasión se han restaurado nueve dibujos y varios de los óleos han sido sometidos a una limpieza y a un tratamiento de conservación.

La selección de dibujos —la mayoría de ellos nunca antes expuestos— pertenecen a los abundantes fondos de la pinacoteca, fundada en el que fue hogar en Madrid de Sorolla, su mujer y sus tres hijos. El centro es dueño de casi 5.000 de las cerca de 9.000 piezas gráficas catalogadas.