"Está mitificado eso de que los hermanos son para siempre"

Iñaki y Marga, con su hija Emma, que tiene cuatro años.
Iñaki y Marga, con su hija Emma, que tiene cuatro años.
CHUSA HUALDE
Iñaki y Marga, con su hija Emma, que tiene cuatro años.

Cuando Ámbar era una niña pequeña (ahora es una adolescente de 17 años), las vecinas del barrio paraban a su madre por la calle y a la carantoña típica solía seguir una cantinela parecida al "¡Ay!, con lo mona que es ¿por qué no tenéis otra?". Marga también tiene que escuchar con frecuencia a sus conocidos, "sobre todo a los que no tienen hijos", decir sobre Emma, de cuatro años, "¡Ay! pobrecita. La vas a dejar sola".

Cada vez son más las parejas españolas que deciden plantarse tras el primer hijo, según un reciente informe de la fundación "la Caixa", pero la sociedad parece no haberse adaptado al fenómeno. Persisten en el imaginario los mitos sobre la soledad y el egocentrismo de estos niños. Y los padres, a menudo, se descubren defendiendo públicamente una de las decisiones más íntimas y personales.

Raquel Garcés, la madre de Ámbar, conoció a Alberto y al convivir juntos se plantearon la paternidad. Nunca habían hablado sobre el número de hijos que tendrían, pero nacida Ámbar Raquel decidió que no tendría más. "He sido muy madraza, como una loba con sus crías, no he pedido ayuda. Si hubiera tenido otro me hubiera faltado el tiempo que le he dedicado a ella. Una era bastante".

Marga Blanco, la mamá de Emma, explica que nunca sintió como una obligación ser madre. "El padre era el que estaba más animado. A mí me gustaba la idea, por aquello de vivir ese amor no comparable a nada". Tuvieron a Emma. Dos años después, cuando se acercaba la hora de plantearse si iban a por el segundo, Marga decidió que se quedaban como estaban.

Por tiempo y por economía

"Influyó el peso del día a día, el ver las necesidades de la maternidad, de los trabajos de los dos (estables pero muy demandantes), de la vida en general... No me parecía justo repartir el tiempo del que disponemos con otro niño más. No me iba a sentir bien no dándoles todo el tiempo que necesitan", resume.

En el caso de Mayte Andrés fue la vida la que decidió. "Estaba segurísima de que quería tener hijos, pero al poco de nacer Mara (que ahora tiene 10 años) la pareja se rompió. Me hubiera gustado tener otro, pero por falta de una pareja estable no pudo ser. Hasta que el tiempo ha pasado y ya no hay ni ganas".

Durante un tiempo su hija le pidió, insistentemente, un hermanito. Mayte se planteó incluso someterse a un tratamiento de inseminación. "Ahí sí intervino el tema económico. El gasto que supone un proceso así, y otro hijo con un solo sueldo.... Nuestro nivel de vida se hubiera resentido. No era viable".

Las tres mamás —Raquel, Marga y Mayte— han crecido rodeadas de hermanos y hermanas. El hijo único es algo nuevo para ellas. En estos años sí le han dado vueltas a los mitos que les rodean, como que son niños más solitarios o egocéntricos, dos aspectos que los estudios científicos últimamente han tirado abajo.

El doctor en psicología Valentín Martínez-Otero asegura que en el caso del hijo único, cada vez más abundante en España, "es muy positivo compensar la ausencia de hermanos con relaciones con otros niños de su edad. Los padres suelen estar muy pendientes, lo que dificulta su autonomía. Es verdad que se puede tornar caprichoso, frágil, tímido y despótico. Resulta muy apropiado permitir que tenga experiencias de colaboración y de competición. La extensión de las escuelas infantiles y de campamentos ha beneficiado considerablemente a los hijos únicos, porque el encuentro con compañeros les ayuda a salir de su egocentrismo".

La soledad del hijo único

Marga decidió preguntar a la profesora de Emma si ella, como profesional, notaba en su día a día que a su hija le faltaba un hermanito. "Me explicó que Emma era una niña muy independiente, a la que no le costaba nada compartir. Al contrario, detectaba más problemas en niños con hermanos a los que se les notaba la falta de atención".

Otra de las preocupaciones comunes en las familias de un solo hijo es la futura soledad de sus vástagos ante la pérdida de sus padres. Ahora es Mayte la que tira de experiencia personal y explica que es posible también sentirse solo entre hermanos. "Creo que está mitificado eso de que tus hermanos son para siempre y te vas a llevar impepinablemente bien con ellos. Creo que la familia es algo más que lo sanguíneo", defiende.

Estas tres hijas únicas —Ambar, Emma y Mara— están en permanente contacto con otros niños y niñas de su edad. Compañeros, vecinos, primos. De esa manera, sus padres confían en que tejerán vínculos importantes que harán que no se sientan solas.

Un día, Marga, la mamá de Emma, se acercó a una amiga, adulta e hija única, que acababa de afrontar el cáncer de su madre para preguntarle cómo se lleva un problema personal tan grave sin hermanos. Su amiga le contestó: "No puede echarse de menos lo que nunca se ha tenido. He tenido todo lo malo para mí, pero también todo lo bueno". A Marga la respuesta le tranquilizó.

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