IRENE LOZANO. ESCRITORA
OPINIÓN

El estrés de un pulso chino

Periodista, escritora y política.
Periodista, escritora y política.
JORGE PARÍS
Periodista, escritora y política.

Dicen que el mal de nuestro tiempo es el estrés pero, en realidad, son las reglas del juego. ¿De cuál? Pensemos primero en uno inofensivo, como el pulso chino, ya sabes: se enlaza la mano del contrario con cuatro dedos y se deja libre el pulgar. Los dos pulgares rivales dan saltitos aquí y allá tratando de apresar al contrario. Quien lo consigue, gana; quien queda debajo, pierde.

Hace unos días el neurocientífico Mariano Sigman pasó por Madrid para compartir su conocimiento del cerebro humano (por cierto, lee La vida secreta de la mente y te conocerás mejor). Para ilustrar un aspecto de su charla, Sigman nos propuso echar un pulso chino con la persona que tuviéramos detrás, un completo desconocido, bajo esta regla: «Deben apresar el dedo contrario tantas veces como puedan, por cada una que lo consigan obtendrán un punto».

Sin pensar mucho, todos nos entregamos a la tarea de apresar al contrario con el mismo afán con que intentábamos impedir que atrapara nuestro dedo. Como resultado, las puntuaciones resultaron muy bajas. De media, la mayoría logró un punto. No nos habíamos percatado, pero Sigman había introducido una ligera precisión en la regla del juego: «Se trata de atrapar el pulgar contrario el mayor número de veces», insistió. Tras reparar en ello, volvimos a jugar. Y todas las parejas pactamos lo obvio: apresarnos los pulgares alternativamente. Así todos obtuvimos muchos más puntos, una media de veintitantos.

Jugando, Sigman demostró que resulta mucho más productivo colaborar que competir. También hay que decirlo: fue menos divertido, porque la tensión de ganar le añade emoción, y al fin y al cabo, jugamos para pasarlo bien. Como seres sociales que somos, nuestra naturaleza nos empuja a colaborar, pero como seres adaptados al medio, tenemos cada vez más interiorizadas las reglas de la competencia, a veces hasta extremos enfermizos.

Ahora pensemos que en vez de un juego, el pulso chino fuera un trabajo, es decir, nuestro modo de conseguir techo y comida. Todos habríamos logrado un mejor rendimiento colaborando y además estaríamos menos estresados. En cambio, un entorno laboral dominado por la lucha y el recelo resulta menos productivo y se convierte en el mayor enemigo de la satisfacción: cuando la comida está en juego, la tensión y la incertidumbre no añaden diversión, sino ansiedad. ¿Cuánta gente va a su trabajo sintiendo que ganar y sobrevivir son sinónimos? Reconciliar nuestra naturaleza colaborativa con nuestro trabajo es el mayor imperativo que tenemos como sociedad, si de verdad queremos vivir sanos.

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