Querido mensajero:
Gracias a ti he visto al fin la brecha tecnológica: la que le hiciste a ese tipo en la cara. Me descubro ante tu capacidad para plantear, de golpe, el gran debate ético de nuestros días. Mis amigos solo me preguntan por esto: ¿Caranchoa o el mensajero? Es el dilema moral de nuestro tiempo.
De entrada, me niego a apoyarte solo porque seas el currante. Basta de caracterizaciones colectivas, en las que se camuflan los peores de cada casa. Juzguemos a cada uno por sus actos. Los que ven opresión económica en el combate Caranchoa vs. Mensajero creen que hasta el moho tiene conciencia de clase y por eso ataca al pan Bimbo en cuanto puede. Tú le calzaste un bofetón porque te insultó. Punto.
¿Es esta, entonces, la batalla entre antigüedad analógica y modernidad digital? En absoluto. Tú vives conectado. Tus albaranes, notas de entrega, recibís, etc., están en la maquinita que llevas en la mano. La brecha –literalmente– sobreviene con el insulto. Y este es el quid de la cuestión. El youtuber te pide ayuda para luego insultarte. Por cierto, que al final se ha quedado él con el insulto: justicia poética, se llama. Es el tipo de persona sobre la que la Policía lanzaría una alerta si fuera a mayores: tengan cuidado con un delincuente de carretera que finge haber pinchado para atracar a quien se detienen a ayudarle. Un clásico del abuso de confianza.
El momento estremecedor es cuando te llama ‘caranchoa’ sin perder su gran sonrisa. Me recordó a esa escena de Funny Games en que dos adolescentes le rompen la pierna a un padre de familia con un bate de béisbol sin dejar de ser simpáticos. Este chico hacía primer curso de nihilismo y los protagonistas de Funny Games eran doctores en el arte del daño gratuito. Pero tú le has suspendido y ahora se dedicará a otra cosa.
Ir por ahí insultando a la gente –leit motiv de su creatividad– y grabarlo es propio de un chaval que ha crecido en la posverdad digital, y no distingue lo virtual (sus vídeos y sus fans) de lo real (la gente a la que insulta). Bernard Williams contaba que en sus seminarios de Filosofía los estudiantes se podían pasar horas debatiendo qué era la verdad sin llegar a una conclusión. ¿Cómo se acaba la discusión?, pregunta Williams. Muy sencillo. Cuando uno de aquellos estudiantes salía a la calle y recibía un puñetazo entendía inmediatamente qué era la realidad. Tú le has hecho el practicum al youtuber.
Un saludo, filósofo. Irene Lozano
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