Cuando me dispuse a ver el documental de HBO sobre Michael Jackson ya sabía que no me iba a gustar. Al terminar de verlo... me sentí muy mal. Entre estafado y dolido. Con rabia y dolor. Tuve un montón de sentimientos enfrentados, de esos que cuesta catalogar.

No tengo dudas: Michael Jackson era un genio, pero ¿era también un pederasta? Según lo que pude ver, sí. Con dureza y aparente verdad, durante las casi 4 horas que dura, dos de sus presuntas víctimas y sus familias cuentan, previo pago, las supuestas artimañas que el Rey del Pop usaba para abusar sexualmente de ellos.

Mis preguntas iniciales fueron: ¿por qué ahora? ¿Por qué incluso uno de ellos testificó a su favor en los juicios y hasta fue a su funeral? Wade y James eran dos niños normales que hoy cuentan cómo fueron estafados emocionalmente.

A uno de ellos le conoció rodando un anuncio; al otro gracias a que ganó un concurso de baile en Australia. Los dos vivieron junto a la estrella de la música algunos de sus momentos de mayor éxito. Disfrutaron de fama y lujo, pero pudieron haber pagado un alto precio. Si me pongo a imaginar cómo pudo haber ocurrido algo así, se me hace impensable.

Me hago preguntas que me hacen cuestionar todo de todos. ¿Cómo es posible que una madre vea como algo normal que su hijo de 7 años comparta cama con un adulto a quien casi no conoce? ¿Cómo pudo pasar eso? ¿Cuánta gente lo sabía? ¿Cuánto dinero ganaron, y ganan, a costa de Michael?

No se qué pensar... ¿Son la fama y el dinero tan cegadores que pueden nublar la vista de una madre y burlar sus instintos de protección hacia su hijo? No las culpo. En esta historia, de ser cierta, hubo muchos cómplices y solo un culpable: probablemente el mejor artista de todos los tiempos, pero también un enfermo mental y, sin justificación alguna, un peligroso depredador sexual.