CÉSAR JAVIER PALACIOS. PERIODISTA EXPERTO EN MEDIO AMBIENTE
OPINIÓN

Agua fresquita para las aves acaloradas

César Javier Palacios, colaborador del 20minutos.
César Javier Palacios, colaborador del 20minutos.
JORGE PARÍS
César Javier Palacios, colaborador del 20minutos.

En verano, con la llegada de los calores nos acordamos de regar bien las plantas de nuestras macetas y jardines. Además somos buena gente y ponemos miguitas de pan a los amenazados gorriones. Darles de comer está muy bien, pero mucho mejor si además les damos de beber. En días de sofoco lo necesitan más que el comer. Si no se hidratan mueren o lo pasan muy mal. Por eso es tan importante dejarles recipientes de agua fresca en balcones y terrazas. Vendrán desde muy lejos a beber y bañarse, a refrescarse. Yo tengo una especie de botijo bebedor colgado de la palmera de casa y es increíble la cantidad de aves que acuden todos los días a saciar su sed en él. Y lo que disfruto viéndolas esperar su turno en el bebedero o peleándose, y empujándose cuando alguna se cuela por todo el morro provocando un revuelo de vecindario loco.

Como les ocurre a todos los seres vivos, el agua es fundamental para la supervivencia de las aves. Cuanto más pequeñas son más necesidades hídricas tienen. Su curiosa técnica de beber es idéntica: meten el pico en el agua, lo llenan y echan la cabeza hacia atrás para que caiga por gravedad en sus gargantas. Así, entre sorbo y sorbo, miran al cielo refrescando su reseco gaznate en un bello brindis a las nubes.

Pero no todas las aves necesitan beber. Los diminutos colibríes son un ejemplo disparatado. Como tan solo se alimentan del azúcar concentrado en el néctar de las flores, y los pájaros orinan y defecan todo junto (no tienen vejiga), deben excretar cantidades enormes del agua sobrante. ¡El equivalente a 180 litros al día de un ser humano!

En el extremo opuesto se encuentran las aves de los desiertos, cuyas cacas, al contrario que las de los colibríes, son extraordinariamente secas. Algunas especies resisten largos periodos de sequía sin beber una gota e incluso no beben nunca. Estas últimas lo logran extrayendo el necesario líquido vital de sus alimentos, ya sean plantitas, insectos o menús respetables como lagartos, otros pajaritos o conejos. Pura economía circular. El ratón sobrevive con la savia de las plantas que roe y el águila lo hace con esa sangre que le da vida al roedor y entrega a la rapaz, mal que le pese. La lucha por la supervivencia es así de sabia pero cruel. O pelín repugnante cuando el adulto se traga los sacos fecales de sus polluelos como magra recompensa hídrica y nutritiva a sus esfuerzos en la búsqueda de alimentos. En la naturaleza no se tira nada, todo se aprovecha. Bueno sí. Las aves marinas son capaces de tirar el exceso de sal acumulado en su sangre gracias a las desaladoras que llevan instaladas de serie en sus picos. Beben directamente agua del mar, y a través de unas glándulas sorprendentes son capaces de eliminar la sal sobrante.

Un caso muy curioso es el de los murciélagos. Como todo mamífero, también necesitan beber. Y lo hacen al estilo de las golondrinas, haciendo vuelos rasantes sobre ríos y estanques para dar pequeños sorbos cada vez que introducen brevemente el morro en la superficie. O lamen directamente el agua que rezuma de algunas rocas y cuevas. Esta necesidad explica algo tan sorprendente como que en la isla de Lanzarote no haya murciélagos, pues de manera natural no existen lagos o arroyos. En la reseca isla vecina de Fuerteventura, donde algunos barrancos corren todos los años, tan sólo prospera una especie de pequeño tamaño. Y en islas más forestales e hídricas como Tenerife hay hasta seis especies diferentes.

Pero regresemos a nuestros bebederos caseros para gorriones y pinzones. Más allá de ayudar a las pobres aves a sobrellevar estos cada vez más terribles calores veraniegos para los que tampoco ellas están acostumbradas, recomiendo disfrutar de la contemplación pausada de su ir y venir alocado. El poeta Pablo Neruda, que fue un gran aficionado a la ornitología, veía en ese vaivén el propio anhelo de nuestras vidas: "Por eso vuelvo y me voy, vuelo y no vuelo pero canto".

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