Perdida queda en la memoria la imagen del basurero llamando puerta a puerta por las casas para desearnos Feliz Navidad y pedir el aguinaldo a cambio de una postalita cursi que hoy llamaríamos vintage. También queda felizmente olvidada la de los cubos amontonados en la calle esperando la recogida de la escasa basura producida entonces, pues todo se reciclaba no por sensibilidad medioambiental sino por pura necesidad de no tirar nada aprovechable.

Nuestro cubo es ahora inmenso (449 kilos por español y año, casi un kilo y medio diario) y apenas un 40% se corresponde con basura orgánica, desechos de alimentación. Casi otro 40% lo integran los embalajes de papel, cartón, plásticos y tetra briks varios, y un 7% el vidrio. En lugar de aguinaldo, ahora nos damos buenos paseos semanales para llevar nuestros seleccionados desechos al parque de contenedores multicolores más cercano. Uno de cada diez ciudadanos asegura que recicla habitualmente, pero a juzgar por los resultados, o es mentira o lo hacemos muy mal, pues apenas reciclamos uno de cada cinco kilos generados.

El problema no es reciclar sino reducir; producir menos desechos. Y ésta es una asignatura imposible de aprobar mientras sigamos apostando por la utilización compulsiva de embalajes diseñados como muñecas rusas, donde para llegar al producto final hace falta abrir toda clase de envoltorios previos. En el caso de las comidas preparadas puede haber más plástico que alimento, lo que unido a latas de bebida, yogures y aperitivos, hace que una sola quedada de amigos para ver el fútbol puede acabar llenando un contenedor de desechos, si es que decidimos reciclarlos.

"Que me paguen por hacerlo", me justifica con vehemencia un familiar muy cercano. "Ahora te cobran hasta las bolsas de plástico ¿serán miserables?". A éste en concreto no consigo convencerle de lo errado de su planteamiento, del problemón ambiental que tenemos con tantas basuras, de la necesidad de modificar nuestros cómodos hábitos, de no enriquecer empresas intermediarias con el dinero de unos impuestos que podríamos dedicar a cosas más importantes que recoger nuestra mierda. O al menos, de no quedar como idiotas insolidarios frente a nuestros vecinos europeos.

Para aprender, viajar. ¿Somos los españoles los únicos que reciclamos? En absoluto. Os cuento mi experiencia viviendo en Inglaterra. Cinco contenedores en casa para orgánico, plástico, vidrio, papel y restos de podas. La basura doméstica solo se recoge una vez por semana, de acuerdo con un detallado calendario previo establecido. Y cuando vienen a por la otra, miran antes dentro del cubo y te la dejan en la puerta si está mal clasificada. Búscate la vida o cúrratelo mejor. El punto limpio está a las afueras de la ciudad y para usarlo algunas veces hay que pedir cita previa o hacer largas colas.

En Alemania son aún más estrictos. Muchos contenedores llevan candado para evitar que el vecino te eche sus detritus, ya que hay un tope por vivienda y si te pasas te penalizan. Allí son famosas las máquinas de los supermercados a modo de cajeros automáticos, donde debes introducir latas y botellas para recuperar el sobreprecio de entre 8 y 25 céntimos que te habrán cobrado previamente por cada envase. En Suiza y Bélgica hay que comprar bolsas de basura homologadas, tienen diferentes colores según contenidos y son las únicas que se recogen... si has hecho bien tu trabajo de clasificación, claro. Es el concepto 'Paga por lo que tiras' (Pay As You Throw, PAYT), donde menos basura producida significa menos impuestos y tasas, pero al revés, si más tiras más pagas. Un sistema tan lógico como impensable en España.

Los intentos de recogida selectiva 'puerta a puerta' del País Vasco y otras regiones no han funcionado. Preferimos el servicio anónimo del gran contenedor que todo lo traga y se vacía diariamente. Aunque ahora el basurero nos esté cobrando mensualmente el aguinaldo.