¿Alguien entiende lo que está pasando en Podemos? No, no lo entiende nadie y quien lo entiende toma distancias. Ahí están Carolina Bescansa y Nacho Álvarez, que se han quitado de en medio tras intentar en vano el entendimiento de quienes "están actuando de espaldas a la voluntad de diálogo y acuerdo". Imposible. Iglesias y Errejón han decidido jugar a la carta más alta de Vistalegre, medir primero sus fuerzas y a partir de ahí, sabiendo cuál es el apoyo real que tiene cada cual, ya hablaremos.

Hay quien se frota las manos al contemplar esta pelea de gallos, olvidando que Podemos tiene cinco millones de votos y no nació por capricho sino por necesidad: la de unos ciudadanos que no se sentían representados en unos partidos erosionados por el paso del tiempo, la corrupción y la influencia de quienes convirtieron la política en un modo de vida o un negocio. Podemos les metió las cabras en el corral a instituciones y organizaciones que no daban respuesta a los problemas de esos ciudadanos. Ahora asistimos perplejos a una paradoja: mientras algunas de esas organizaciones e instituciones actúan como si hubieran aprendido la lección, en Podemos el ruido de los cuchillos impide oír el sonido de la ideas.

Nada nuevo. En el PSOE de los años 90 guerristas y renovadores se disputaban el territorio con frenesí podemita.

-Esto es una carnicería.- comenté entonces a un viejo rockero del socialismo.

-No, es una casquería, con las vísceras por aquí y por allá.- me matizó.

En Podemos llevan un tiempo con las vísceras al aire, para desconcierto de sus votantes y de otros que podrían ser sus votantes pero no logran entender estos discursos ni estos códigos internos.

-Es lo que tiene la nueva política- me dirás-. Es tan nueva que estamos discutiendo en qué consiste y cómo la hacemos.

-Ya -te contestaré.- Pero, entre que la construyen y no, se están dando palos para hacer un fuerte. Eso no tiene que ver con el cómo ni con el qué: solo con el quién.

Es evidente. Tras el debate de fondos y formas hay una pelea para ver quién controla ese conjunto de personas, voluntades, estrategias y tácticas que llamamos Podemos. Los contrincantes recelan de la vieja política de partidos  pero no hacen ascos a una política más vieja todavía: el movimiento. Algunos usan alegremente ese concepto, que en otros tiempos producía espasmos. "Frente a los partidos de familia, Podemos tiene que ser un partido-movimiento", escribe en el fragor del combate Pablo Echenique, antes  de explicar su camino: "El camino en el que liderar no es montar una corriente, sino dar cabida a la pluralidad real que existe en nuestra organización. El camino en el que un tipo con coleta que dice verdades como puños camina delante, se come todas las balas y solo te pide una cosa para caminar junto a él: que no seas pablista, sino podemista".

Puestos a rescatar viejos conceptos, como el de partido-movimiento, el del tipo que camina delante y el ‘estás conmigo o estás contra mí’, más les valdría rescatar conceptos clásicos del leninismo, como la famosa ‘libertad de opinión y disciplina en el cumplimiento’. Aunque los leninistas no lo aplicaban, porque también eran dados al caudillismo unificador, seguro que funcionan. También les iría mejor si en lugar de aplicar la vieja política de la casquería recuperaran la eterna política de la concordia, esa que algunos creen viejuna. El acuerdo, que es la otra cara de la discrepancia, está en la esencia de la política democrática, que en términos históricos es muy reciente: la inventaron hace un par de siglos las sociedades más avanzadas para organizar la convivencia. Aunque en su seno ha habido corrupción y abusos de poder, no es un mal invento. Mira alrededor. Mientras aquí nos damos guantazos, en nombre de la nueva política, en la mayor parte de los países se darían con un canto en los dientes por poder ejercer esa política democrática que algunos llaman vieja.