CARLOS SANTOS. PERIODISTA
OPINIÓN

Cataluña, dios y el mazo

Carlos Santos, colaborador de 20minutos.
Carlos Santos, colaborador de 20minutos.
JORGE PARÍS
Carlos Santos, colaborador de 20minutos.

A mediados de la década de los ochenta, cuando casi ninguno de nosotros habíamos nacido, escribí en Diario 16 un articulillo titulado "A dios rogando y con el mazo" dando en el que intentaba dar respuesta a la pregunta que más inquietaba entonces a los ciudadanos y las instituciones. ¿Qué podemos hacer para terminar con ETA? Las respuestas a esa pregunta en esa época, en la que ETA atentaba contra la vida, la democracia y el progreso cada semana,  eran de lo más variadas y de lo más inquietantes.

El jefe de la oposición se ofrecía en el Parlamento para pasar a la acción, abriéndose la chaqueta y recordando el grado de teniente que alcanzó en la milicia universitaria; desde los aledaños del gobierno y la administración pública ideaban mecanismos para responder a los terroristas con sus propias armas, con el aplauso de influyentes editorialistas y reputados columnistas, mientras policías y guardias civiles formados en una dictadura jugaban al borde del abismo, los jueces hacían lo que las leyes les permitían, los nacionalistas vascos hablaban de "estos chicos", en referencia a los asesinos, mientras se beneficiaban políticamente de la situación y  de las víctimas se apropiaba una extrema derecha nostálgica que en los funerales clamaba por la vuelta de la dictadura y la salida de la cárcel del golpista Tejero, entre gritos de "¡Ejército al poder!".

En ese contexto un servidor, que estaba empezando a ejercer el oficio de mirar e intentar entender, escribió eso: a dios rogando y con el mazo dando. La única manera de afrontar esta situación, creía yo entonces, era rogar al dios de la política (que es el dios de la palabra, el diálogo y la concordia entre quienes defienden ideas e intereses diferentes) sin dejar de golpear con el mazo de la ley. Esas cosas solo podía decirlas un becario, un simple, un radical extraparlamentario; todavía no se usaba el termino antisistema ni te acusaban términos despectivos de "buenismo", quizá porque la Transición había demostrado, con los hechos, que las palomas vuelan más alto y llegan más lejos que los halcones. De hecho, el tiempo nos dio la razón. La sociedad consiguió doblegar al monstruo aplicando esa teoría de dios y el mazo, donde el elemento principal es la palabra escrita de las leyes conjugada con la palabra hablada de la política, entendida como servicio público y no como pelea tribal.

Hace unos meses hablé de estas cosas con Josep Maria Sanmartí, periodista con alma de historiador, catalán residente en Madrid desde los años 70, que desgraciada e inesperadamente murió la semana pasada. Los dos pensábamos que ese doble juego de política y ley, que ha servido para que avance la historia en los momentos más difíciles y superar tragedias colectivas como el terrorismo ETA, es la vía adecuada para encarrillar la nueva edición del viejo problema catalán.

Josep Maria hasta el fin de sus días siguió creyendo en el poder de la palabra. No de la palabrería amenazante, que tan bien conocen quienes avivan la hoguera catalana, ni de eso que llaman posverdad y es simplemente mentira: de la palabra que está en la esencia misma de nuestro sistema de convivencia y permite tender puentes donde otros levantan muros.

El otro día, en LaSexta, analizando la última vuelta de tuerca que han dado Puigdemont & friends con su famosa "ley suprema", Xavier Sardá, que es de Barcelona, hizo un análisis muy pesimista de la situación que le llevó a decir: "Se acabaron las palabras, empieza la música". Él lo decía con pesar, claro, pero no son pocos los que desde hace tiempo están tocando el tambor para que termine la conversación y empiece el baile.

Quizá vuelva a quedarme en minoría, como en aquel artículo de periodista primerizo, pero mantengo mi confianza en la palabra y mantengo la apuesta: sin renunciar a usar el mazo de nuestras leyes, que son las que emanan de la Constitución, hay que seguir rogando al dios de la política.

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